CRÓNICAS DE UN OPERADO
De imprevisto, desperté, me pareció que me encontraba en una estación de tren, pues había pantallas con números y letras de colores rojo, verde, amarillo y azul, posiblemente correspondían a los listados de llegadas y salidas de los trenes; varias vigas metálicas colgaban de un techo bien alto, yo me encontraba dentro de uno de los varios cubículos que se veían, me sorprendía que había varios paneles de fluorescentes apagados, era media noche, el aire acondicionado estaba muy alto y hacía mucho frío; el ambiente parecía sombrío, sólo había unas tres  personas caminando y otro parado en un portón grande; me dije, angustiado, creo que esto es real, el tipo más cercano estaba parado y parecía ser un guardián, aunque se le veía medio “hippie”, con un gorro lleno de colorinches. Este comenzó a desplazarse hacia mí, yo estaba espantado, ¡que situación tan insólita! yo le grité:
–Señor, ¿en qué estación estamos y quiénes son usted y la señorita del escritorio? –la que yo suponía que era una boletera del escritorio.
–Soy el licenciado Aurelio Chocan y la señorita es la enfermera Cassandra –me contestó señalando a la señorita.
–Estamos en la unidad de cuidados intensivos, del Hospital Almenara –    continuó diciendo– e inició unas largas carcajadas.
–Ja, ja ja. 
Recién me percaté de que estaba echado en una cama, con razón, a los demás, los veía tan altos, muy por encima mío. Me miré los brazos y el pecho, estaba lleno de vías, esparadrapos y chupones con cables: 
–¡Hurra, hurra, hurra! ¡Estoy respirando! ¡Estoy vivo! –me dije.

Foto en el UCI del Hospital Almenara, 
al día siguiente de la operación

Luego, muy pronto, vi la carita feliz de mi esposa, rebosante de felicidad, al lado de ella llegaron el cirujano cardiovascular con mi hijo Toño.
–Ay! papito que susto– me dijo muy emocionada, mientras me daba un beso.
–Cuando nos casamos te dije: “conmigo nunca te vas a aburrir” –le contesté con una sonrisa.
–Tú tienes más vidas que un gato.
A continuación, se acercó mi hijo y me beso.
Luego mi cirujano me explicó que todo había resultado un éxito.

Estaba muy feliz, el despertar en la UCI del Hospital, significaba que no estaba dentro del cuatro por ciento que pasa del quirófano, de frente al mortuorio. Pero también era uno del pequeño porcentaje, que logra ser admitido y programado para una de estas operaciones de alta complejidad, una “endarterectomía”, cuando ingresé a la sala de operaciones, vi al menos veinte profesionales de diversas especialidades. Para ser admitido, tienes que tener el dinero suficiente para lograrlo en una clínica privada, hay pocas de ellas calificadas, o superar toda la burocracia y procesos en Essalud.
La endarterectomía es un procedimiento quirúrgico para eliminar placas ateromatosas o bloqueos en el recubrimiento interior de una arteria obstruida por la acumulación de depósitos. Se lleva a cabo mediante la separación de la placa de la pared arterial, restableciendo de esta forma el flujo sanguíneo.
El cirujano hace una incisión a lo largo de la parte delantera del cuello, abre la arteria carótida y retira las placas que tapan la arteria. Luego, el cirujano repara la arteria con suturas o un parche hecho con una vena o material artificial (injerto).

Ese día percibí muchas emociones; pero, a pesar de ello, el día pasaba lento.
Pero toda esta historia se inició hace casi tres años atrás, el 25/10/2019, cuando me dio un hipo que duró siete días, desembocando en un pequeño infarto cerebral; vengo de una familia de diabéticos, ya anteriormente, mi hermano mayor tuvo un caso similar, pero diez veces más fuerte. A él también lo operaron y lograron salvarle la vida, pero quedó con afasia y otras secuelas.
El médico que atendió mi emergencia me dijo:
–Señor, se salvó esta vez, pero hágase un chequeo de carótida, con ecodopler.
Ya tenía previsto hacerme el ecodopler de carótida, en noviembre del año 2019, pero justo coincidió con el surgimiento de la pandemia del covid19.
Fue recién el 19/04/2022, dos años y medio después, cuando ya con varias vacunas y cuando la pandemia estaba ya casi controlada, que me atreví a hacerme el ecodopler. Lamentablemente, este examen arrojó un ateroma con oclusión parcial del 75% de la carótida derecha interna.
Estuve en manos de médicos mercantilistas, que me querían poner “estent” u hacer otros procedimientos o curaciones. Mientras que se decidía mi proceso curativo, me anti-coagularon; lo cual, también es un riesgo, pues ante un golpe o accidente, podría sufrir una hemorragia interna.
En paralelo a mi tratamiento en el hospital, consulté opiniones en tres clínicas particulares, en todas me percaté de que existe un conflicto entre los cardiovasculares y los neurocirujanos; los primeros, generalmente, opinan que es preferible colocar un ”estent” (angioplastia de la carótida) y los segundos están a favor en la “endarterectomía carotidea” (procedimiento quirúrgico). En el hospital, las opiniones eran inversas a las de las clínicas. Y fue un cardiovascular quien opinó a favor de la “endarterectomía” y fue él quien me realizó la operación…
 
El día anterior a la operación, recién fui informado que un familiar mío tenía que donar “voluntariamente” al hospital una unidad de sangre, de lo contrario, mi operación corría el riesgo de postergada. Felizmente, en ese momento, me encontraba acompañado de mi generoso y fuerte nieto Santiago, quien donó y resolvió el tremendo inconveniente. Pero pasé un buen susto, innecesario si hubiera habido una oportuna información.

Con mi nieto Santiago, en cuidados intermedios, el día previo al de la operación.

No creo que ésta sea una de mis mejores narrativas, pero si la más feliz, ¡estoy vivo!, tampoco creo ser un gran escritor; más bien, que tengo una vida muy rica en experiencias y/o cosas que contar. Pero también tengo facilidad para recoger esas cosas simples de la vida, darles valor y mostrárselas a los lectores, para que la tomen en cuenta como experiencia ajena útil y puedan hacerla propia. Esa, supongo, sí es una virtud, entre otras, que debe caracterizar a todo escritor y yo creo tenerla. Yo encuentro abundante material que narrar y mostrar, tirado en el suelo, pisado sin ser vistos; lo mismo que cuando, como ingeniero industrial, entraba a una empresa y encontraba muchas vetas de oro en: los desperdicios, sobretiempos manipulados, productos defectuosos reprocesados, producción descartada por control de calidad, mercadería devuelta por los clientes, malos créditos otorgados, el exceso de almacenamiento, acarreo excesivo de materiales, las fallas de diseño, el uso de herramientas y de maquinarias inadecuadas y muchas otras cosas más. Luego encontraba la causa y a los responsables. La narrativa es igual, muy importante saber que hueles, que escuchas, que percibes con el tacto y muchas otras cosas; para, finalmente analizar, sintetizar, secuenciar y amenizar, buscando no palabras bonitas sino adecuadas para crear ideas bonitas y/o importantes. 
De lo que sí estaba seguro, era que quería que este cuento fuera basado un cien por ciento en la vida real, para no olvidarme de algunos detalles, tendría que iniciarlo ya mismo; y así fue.
A pesar de tantas emociones vividas esos tres días en UCI, los días pasaban lento, pude observar que en general, en el hospital, había una magnífica formación del personal, gran rigurosidad en la higiene, usan y desechan muchos guantes y mandiles, se lavan las manos ene veces, antes y después de atender a cada paciente; una gran vocación de servicio, paciencia, generosidad y cariño, no sólo a mí, que soy “guapo”, je, je, je… sino a todos, incluso a algunos “repugnantes” , sin distinción, tuve la suerte de ser atendido por cada tipazo,  en particular quiero agradecerle a Rolando Tinoco, un licenciado que tenía asignados dos practicantes, a quienes explicaba con muchos detalles y vocación de maestro. Al despedirme de él, le dije:
–Te felicito, transmites tus conocimientos y experiencias sin ningún egoísmo; pero, estás garantizando la buena formación de las generaciones futuras.
Desde ese momento, al ver que lo hacía con tanta generosidad, me prometí comentarlo en mis próximas crónicas y, al terminarlas, remitirle una copia.

En otro turno me tocó otra licenciada, también buena onda, pero medio loca y también sorda, y yo que estaba afónico por el entubamiento….
–Enfermera, enfermera, enfermera –la llamé.
–Señor no se altere.
–yo no me siento alterado –le aclaré.
–Tranquilo, tranquilo –me dijo.
–Lo que pasa es que estoy que me orino –dije angustiado.
–Orine nomás que está con pañal y no pasa nada.
–Pero si me da el papagayo yo puedo evitar molestias –manifesté señalando uno de estos aparatos “hechizo” por el personal con una botella de suero. 
–Calma, calma, señor.
–Pero si es usted la que está alterada –respondí.
Felizmente, como era sorda no me escuchó, y yo, aproveché para terminar con el incidente… Y me oriné.

Cada día es un día diferente. En realidad, cada segundo lo es. Ahora estás bien, luego en un segundo más estás muerto. En un momento dado yo estaba dormido, cuando se produjo un fuerte sonido en la amplia puerta de doble hoja del local de la UCI. Una cama entró con un paciente muy delicado, sólo un par de horas después, salió la misma cama, pero muy despacio con el pobre tipo con la cara tapada con una tela… estaba muerto.
 
Igualmente, durante esos días había conseguido muchos logros, pero cada vez que los logré, nuevas metas me propuse. También podemos tener muchas pérdidas, de las cuales hay que resignarse para poder superarlas. Ahora, mi nueva meta, mi gran obsesión era irme a casa. Sí, quiero irme a mi casa…

Unos segundos antes de salir del hospital.

También tuve el privilegio de conocer a mi vecino en UCI, Michael Infantes, un chico de veintisiete años, que fue asaltado y recibió cinco balazos, lograron salvarle la vida, de milagro; pero una bala le pulverizó una clavícula y tuvieron que ponerle una prótesis, otra bala le destrozó el codo, cuya operación estaba pendiente. Cuando lo conocí él ya tenía algún tiempo hospitalizado y requeriría de algún tiempo más. Él, por sus lesiones, no podía tocarse la punta de la nariz con ninguna de las dos manos, ya venía recibiendo una terapia conveniente, pero muy dolorosa. El gritaba y lloraba, pero era muy valiente, quería progresar y les decía a sus terapistas: “sigan, sigan, sigan”. Mis respetos y buenos deseos de su pronta recuperación.

Por las noches, cuando los indicadores que marcan los monitores se salen de rango, estos emiten unos ruidos estrepitosos: pa, pa, pa. Ocasionalmente, sonaba un pito: piii… piii, los cuales opacaban los gemidos lastimeros de muchos de los pacientes. A pesar de esta orquesta tenebrosa, yo me sentía tan agotado que al final lograba dormir. Me agotaba el dolor, a veces, cuando al fin lograba dormir, venía la enfermera, me despertaba y me hacía tomar una pastilla o me cambiaba el frasco de suero o les tocaba hacerme el baño, o muchas cosas más. Pero no puedo quejarme, en lo más mínimo, pues el personal era muy “buena onda”.

El cincuenta por ciento de mis vellos de los brazos y del pecho fueron depilados con los arrancones de esparadrapos o de los chupones para el monitoreo. La pérdida de los pelos no me importaba porque vuelven a crecer, pero el dolor era terrible.
Cuando despertaba, mientras esperaba algunas horas para volver a dormir, pensaba en todos y cada uno de mis familiares y amigos. Qué bendición, saber que los volveré a ver.
Otra felicidad fue poder miccionar después de que me sacaron la sonda, pues en anteriores oportunidades, en las que me pusieron anestesia general, se alteraron mis esfínteres y, al no poder orinar, tuvieron que ponerme sondas, hasta por un tiempo de seis meses; aunque en realidad no era tan malo, durante esos periodos dormí de largo sin la necesidad de levantarme muy seguido para ir al baño. Aunque, a raíz de la sonda, cada vez que orinaba, lo hacía por poquitos, y sentía que la orina me quemaba.
Otro malestar era el dolor en la garganta, producto del entubamiento, me generaba ardor.

También fue motivo de alboroto, el día que trajeron a la UCI un equipo de rayos X portátil, para hacerle una radiografía a un paciente que no debía ser movilizado de su sitio. Pues tuvieron que movilizarnos a todos los demás, para evitarnos la exposición a la radiación. Fue un poco de circo para nosotros, los aburridos pacientes. 

Así como he elogiado las políticas, tanto de higiene como de trato a los pacientes, debo hacer una crítica constructiva; cuando estuve anteriormente en el área de “Emergencias”, esta estaba colmatada de pacientes y eso es muy comprensible por la tremenda carga de pacientes en proporción a la cantidad de recursos, tanto de médicos como de equipos y áreas de atención. Esta zona cuenta con varios corredores paralelos, de distribución a salas de atención, abarrotados de sillas y camillas estacionadas a ambos lados y, constantemente, cuando quieren transitar por en medio, dos nuevas sillas o camillas en sentidos inversos, se producen atoros parecidos al de la avenida Javier Prado; pero si pusieran los pasadizos o corredores en un solo sentido (tráfico), todo sería más simple.

Otro tema que cuestiono es: si ahora existe la historia médica única de Essalud, ¿por qué me preguntaron varias veces lo mismo? Tanto en Emergencias, Cuidados intermedios, Cuidados Intensivos, Laboratorio, en la sala de Tomografía, etc, me preguntaron mi nombre, peso, edad, si era diabético o si sufría de presión alta.

Por otro lado, da la impresión de un manejo inadecuado de los sobretiempos, vi varias oportunidades a algunos miembros del personal casi dormidos.
También recogí comentarios de la inadecuada tercerización de toma de imágenes en varias de las empresas particulares, aledañas al hospital; incluso, deteriorando premeditadamente el equipo propio del hospital.  
Finalmente quiero terminar con algo positivo, pues no sólo estoy muy agradecido con el profesionalismo, respeto y generosidad con el que he sido tratado, si no debo aclarar que, en ningún momento, nadie del personal me ha pedido nada a cambio, todo fue correcto y honesto.

Ahora me encuentro muy feliz, acompañado constantemente por mis hijos y nietos, quienes me cuidan y engríen.


Con mi hija, sentados en una banca, en el parque frente a mi casa, disfrutando del sol. No sé qué hubiéramos hecho sin ella.