CRONICAS DE UNA FAMILIA LIMEÑA:

MIS PRIMERAS MEMORIAS, LO QUE AVERIGÜÉ

Y LO QUE ME CONTARON

 

 

 

 

 

Por: Enrique Teófilo Barcelli Gómez

 

 

 

 

 

 

 

A

Los jóvenes descendientes

De la familia

Barcelli Gómez

 

 

 

 

CRONICAS DE UNA FAMILIA LIMEÑA:

MIS PRIMERAS MEMORIAS, LO QUE AVERIGÜÉ

Y LO QUE ME CONTARON

 

 

 

 

 

 

 

 

Por: Enrique Teófilo Barcelli Gómez

 

INTRODUCCIÓN DEL AUTOR

 

Este libro es un compendio de mis recuerdos, lo que me contaron mis mayores y lo que he podido recoger de Google. En él, cuento la historia de las vivencias de una familia limeña, pero también muestro varios pasajes de cómo era nuestra Lima antigua, cuál era su idiosincrasia y muchas cosas más.

 

Si bien, tengo por objeto principal dejar un legado para los jóvenes de la familia Barcelli Gómez, también su lectura puede interesar y motivar a otras personas, de cualquier edad, pues todos vemos lo mismo, pero interpretamos distinto. Creo que tengo un don para recoger esos pequeños detalles de la vida, mostrárselos a los demás y revelarles importantes valores y aspectos de la vida.

 

Si bien, me parece inoportuno poner fotos acompañando a cuentos y novelas, ahora, que se trata de una crónica, sí creo que unas ilustraciones, pueden clarificar el entendimiento de esta narrativa; por eso, buena parte del volumen de este libro son las ilustraciones.

 

 

 

 

TABLA DE CONTENIDO

 

EL HARAS NOCHETO

LOS GÓMEZ Y LOS BARCELLI

CHORRILLOS Y LA MAMAMA

MIRAFLORES Y BARRANCO

JESÚS MARÍA: EL CAMPO DE MARTE

PUEBLO LIBRE: UNIVERSIDAD, TRABAJO Y NOVIA

SURCO: VELASCO, BELAUNDE, GARCÍA Y FUJIMORI

SAN MIGUEL: GRADUACION DE NUESTROS HIJOS Y REBELDE CON CAUSA

SAN BORJA: LOS NIETOS Y LOS AMIGOS

 

 

EL HARAS NOCHETO

 

Nací en el departamento de Tacna, pero cuando era muy pequeño, mi familia se mudó para la capital; de tal manera, viví la mayor parte de mi vida en Lima, y recién conocí mi tierra natal cuando fui allá de luna de miel, a los veinte cinco años.

Durante mi niñez, también vivimos una temporada en una hacienda, que tenía un “Haras”, mejor dicho, un criadero de caballos de pedigrí, en que los caballos cubren a las yeguas, destinado al mejoramiento de las razas. Allí tuve la oportunidad de estar en contacto con la madre naturaleza: todo tipo de frutas, verduras, tubérculos, variedad de animales que criaba mi padre, también aves libres en su ambiente natural, muchos guardacaballos picoteando los lomos de los equinos, palomas, tortolitas, lechuzas y golondrinas Santa Rosita, con sus vuelos de giros rápidos y variados; estas aves, de colores azul y blanco, antes se veían en grandes cantidades por toda la campiña de la ciudad, ahora ya casi han desaparecido.

 

Golondrina Santa Rosita / Golondrina azul y blanca (Notiochelidon cyanoleuca)

 

Cuando, a veces, a un caballo se le hinchaba la panza, mi padre, primero metía el brazo en un balde con jaboncillo, luego se lo introducía por el recto al animal, y extraía aquello que le ocasionaba el mal, generalmente pasto verde; cuando el caballo moría, lo arrastraban hasta un botadero en una zona aislada y alejada; a los pocos minutos, aparecían decenas de gallinazos, quienes iniciaban un festín desenfrenado, que no terminaba hasta cuando quedaban puros huesos, haciendo una labor de higiene ambiental muy conveniente. Además, era fascinante ver planear estas aves negras con cabeza roja, aprovechando los vientos, para desplazarse con el mínimo esfuerzo.

También había murciélagos, pero éstos eran inofensivos, sólo comían insectos y frutas; cuando la “peonada” cogía a un murciélago, lo clavaban en un árbol de ambas alas, y le ponían un cigarro prendido en su boca, para que éste fumara hasta su muerte. Más bien, eventualmente, unos zorros visitaban nuestro gallinero, en cada incursión mataban cerca de media docena de gallinas, tenían su técnica para comerse a las plumíferas, comenzaban por su ano, se comían por dentro toda el ave, menos el pellejo y las plumas; de tal manera, que por fuera la gallina parecía intacta. Otra cosa muy molesta era la cantidad de moscas, debido al excremento de los caballos, donde sembraban sus huevos; sin embargo, mi padre logró reducirlas, importando unas gallinas asiáticas con cara de locas, pero muy útiles, pues se alimentaban de los gusanos de las moscas, que abundaban en el guano de los pisos de las caballerizas.

Hablando de caballerizas, la única vez que mi padre me gritó y me dio un cocacho, fue un día, cuando me paré en el marco de la puerta del bóxer de una caballeriza. Y me gritó: ¡nunca más! Imagínate si el caballo sale y te aplasta contra el marco, te hace “añicos”. Yo siempre fui un pésimo jinete, pero de chico era un desastre, siempre terminaba cayéndome por un costado.

Para ingresar a la propiedad había un boulevard, de más de cuatrocientos metros de largo, con un camino de tierra afirmada, franqueados por dos columnas de olorosos árboles de eucalipto. Vivíamos en una linda casa de campo rodeada de sauces, aunque la construcción era de quincha, la iluminación nocturna a camiseta de gas de querosene, la cocina a leña y/o carbón, y el agua producto del desvío de una acequia que pasaba por un filtro; era un poco rústica, pero me encantaba. También, a unos pocos metros, existía otras edificaciones: varias caballerizas, una veterinaria, un gran almacén, algunas viviendas para el personal y una pista de rodeo para los caballos; también, contábamos con una laguna artificial que mi padre mandó hacer, en donde sembró peces. Con mi hermano mayor, hicimos una balsa con troncos de eucalipto, para navegar y pescar en la laguna; todos los días, solíamos correr por los campos, darles de comer zanahorias a los caballos, hacer nuestras covachas, recolectar frutas, coger huevos de gallina o de pavo, cosechar camotes y cocinarlos haciendo nuestra propia hoguera, y muchas cosas más, propias del campo; porque se trataba de un rancho, pero que tenía varias extensiones con sembríos. Yo me “soplaba” dos huevos diarios; nosotros decíamos “soplar”, pero deberíamos haber dicho “absorber”, porque la acción consistía en abrirle al huevo dos agujeros, uno a cada extremo, y absorber por unos de ellos su contenido.

En la hacienda teníamos árboles de “boliche” o “choloque”, el jabón natural que provee un árbol andino. Con los frutos de esta planta se puede bañar, lavar el cabello o lavar la ropa. Este fruto de la madre naturaleza proporciona una suavidad única, bastaba estrujarlo hasta que se forme una espuma como sucede con el jabón y a la ropa le daba suavidad y fragancia. A pesar de ser una alternativa ecológica, económica y efectiva; con el paso de los años fue dejada de lado, más aún con la llegada y expansión de la producción industrial del jabón y otros productos similares, pero en aquella época, no sólo se utilizaba en el campo, también era muy utilizada en la ciudad.

 

Boliche: “En las montañas al pie del Himalaya, este árbol puede alcanzar hasta 15 metros de altura. Este árbol prospera entre los 1 500 a 2 500 metros sobre el nivel del mar. De la misma especie, en América, principalmente en Argentina y en nuestro país se encuentra la especie Sapindus Saponaria que, en comparación con la Sapindus Mukorossi, de la India y Nepal, es más resistente al frío.”

 

La hacienda tenía dentro de sus linderos, las ruinas de un palacio colonial, que fuera una casa de campo perteneciente a Micaela Villegas Hurtado de Mendoza, más conocida como “La Perricholi”, quien nació en 1748 en una familia criolla (descendiente de españoles). Manuel de Amat y Juniet, quien fue virrey del Perú entre 1761 y 1776, con quien tuvo una relación amorosa que duró catorce años.

 

El virrey Amat mandó a construir los edificios más hermosos de la

época en Lima en honor a la Perricholi.

 

Mi padre fue oficial de caballería, ya era capitán, estaba a punto de postular a mayor, y en realidad tenía su ascenso asegurado, pues acababa de ganar el campeonato nacional de equitación; y pidió su retiró del ejército, justamente, para administrar dicho Haras, de propiedad de su cuñado, Miguel Fort Magot, quien en aquella época era el presidente del Club Hípico. Cuentan que había ganado dos veces “la polla”, apostando a las carreras de caballos; pero también había perdido tanto o más que lo ganado. Probablemente, mi tío político le ofreció a mi papá un buen sueldo, o participación de las utilidades; pero eso truncó una prometedora carrera militar.

Relativamente cerca del Haras quedaba el “Cuartel de Barbones”, cuartel de caballería donde trabajaban varios excompañeros de mi padre, quienes constantemente iban al Haras, para cazar tortolitas; luego, con las aves que cazaban, mi padre hacía salsa a la boloñesa, para los tallarines que cocinaba mi madre; a veces, mi padre mataba algunos animales y con la ayuda de algunos soldados, preparaban “pachamanca”. No faltaban los que tocaban guitarra y cantaban, a veces hacían peleas de gallos y hasta “cachascán”; para lo cual, un soldado imitaba a “El Vikingo” y otro hacía de “Sandokan”, ambos, figuras famosas de la época. Todos, mientras libaban cerveza, gozaban del espectáculo, como si fuera el escenario histórico peruano de Luna Park. Mi madre se molestaba, porque mi papá gastaba mucho dinero en la salsa boloñesa, con hongos, laurel, cominos, nuez moscada y queso rallado. Todo lo que usaba mi padre era importado, venía en cajas de lata y eran productos muy caros.

 

El Cuartel de Barbones, toma su nombre por ubicarse en el antiguo local del Convento de los padres Betlemitas. Estos religiosos se caracterizaban por usar largas barbas y de ahí este apelativo. Hay que saber que en este cuartel funcionan distintas dependencias del Ejército, entre ellas: “El Regimiento de Caballería Mariscal Domingo Nieto”, también llamado “Regimiento de Dragones”, encargados de la escolta y la guardia presidencial.”

 

 

 

Los expresidentes Manuel Prado Ugarteche y Oscar Raimundo

Benavides Larrea. El jinete detrás de la carroza es mi padre Guillermo Barcelli Soto.

 

Los integrantes del “Regimiento de Dragones” visten un casco de metal plateado con adornos dorados, polaca negra con botones dorados, charreteras (doradas para oficiales y rojas para el personal subalterno), botas negras de tubo y pantalón de montar de color rojo con franja negra en la parte exterior de las piernas.

 

 

Ambas fotos corresponden a mi padre, Guillermo Barcelli Soto (1912-2006). En la foto de la derecha está con botas negras de tubo y pantalón de montar.

 

Esos pocos años me marcaron para siempre, y nunca más pude adaptarme totalmente la vida de la ciudad, siempre recuerdo, cuando muy temprano, me despertaban los cantos de los gallos, me arrullaba con el gargajeo de las palomas y me deleitaba con el trinar de variedad de pájaros. Cómo es la ironía del destino, yo amante de las grandes áreas libres y de la vegetación, ahora vivo en un pequeño departamento; sin embargo, lo compenso pasando muchas horas caminando por los parques de mi distrito buscando árboles, pasto, flores y pájaros.

 

 

La foto no corresponde auténticamente al Haras Nocheto, pero recuerdo o imagino algo similar.

 

El “Haras Nocheto”, que así se llamaba el rancho que administraba mi padre, tenía un riachuelo, producto de un desvío del río Rímac, años después cuando retorné a la hacienda vi que sólo era una pequeña acequia, dicha acequia servía tanto para el regadío como para las viviendas, para lo cual, se utilizaba un sistema de filtros, que aparentemente no tenían la tecnología suficiente para hacerla totalmente potable; lamentablemente, mi madre y mi hermano Mario, enfermaron gravemente. Después de un tiempo, mi madre se recuperó; pero mi hermanito falleció. A Mario lo recuerdo muy poco, pues yo era muy pequeño, pero sí recuerdo cómo su muerte afectó a toda la familia, que por salubridad tuvimos que mudarnos a la ciudad y separarnos; tanto mi hermano mayor como yo estuvimos viviendo una temporada en la casa de mi tía y madrina Rosa, hermana de mi padre y esposa de Miguel Fort, dueño del Haras Nocheto. Mi hermana menor y mi mamá fueron donde mi abuela materna; y mi papá se quedó solo en la hacienda, administrando el negocio.

La casa de Miguel Fort y su esposa, mi madrina, era un palacete que ocupaba casi toda una manzana, a la altura de la cuadra quince de la Av. Brasil. Una parte menor de la manzana, la ocupaba una sinagoga (templo judío).

 

 

Poco después del fallecimiento de mi hermano Mario. Quedamos tres, el mayor Guillermo, la menor Rosita y el intermedio, yo (Kiko).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LOS GÓMEZ Y LOS BARCELLI

 

Posteriormente, volvería a integrarse la familia en casa de mi abuela; incluso con mi padre, pero creo que, a partir de ese momento, la relación de mis padres comenzó a deteriorarse. Cuando ellos se conocieron, mi madre, hija de un coronel de caballería, era una mujer muy linda, ex-reina de carnavales; mi padre, hijo de una familia pobre de inmigrantes italianos, era teniente de caballería y había ganado todos los concursos de equitación de su época. Justamente, mi abuelo materno, se encontraba en el Círculo Militar de Equitación, porque era el encargado de entregar los premios a los ganadores del torneo ecuestre, cuando mi papá ganó el concurso. Allí, en ese momento, mis padres se conocieron y quedaron prendados, se enamoraron y luego se casaron.

Pero mientras mi madre era hija única y fue reina de carnavales de Santa Beatriz, en una época en que las reinas eran chicas bonitas de la alta sociedad, mi padre pertenecía a una familia humilde y numerosa, tenía once hermanos, vivía en un barrio de inmigrantes italianos pobres, de la avenida José Gálvez, en el distrito de “La Victoria”, muy cerca de la plaza Manco Capac. Plaza donde, junto con mi hermano Guillermo, cuando mi padre murió, de acuerdo a sus indicaciones, echamos sus cenizas.

 

Mis padres durante su matrimonio (año 1940). Apadrinan

mi abuelo materno y mi abuela paterna.

 

Yo pienso, que hoy en día no importa cómo te llamas, ni de dónde vienes, pero en aquella época las cosas eran diferentes, no sé si eso fue un factor negativo, pero en realidad, mis padres tenían orígenes muy distintos. Mi madre provenía de una familia de la clase media alta, vivía en la urbanización Santa Beatriz, de carácter eminentemente residencial, fue la primera urbanización creada fuera de los linderos del antiguo centro histórico de Lima. Su fundación se realiza durante el gobierno del presidente Augusto B. Leguía. El corte urbanizacional se planificó de acuerdo a las características norteamericanas, con avenidas troncales (Av. Arenales, Av. Arequipa y Av. Petit Thouars), casonas de dos plantas, cocheras para automóviles y de amplios jardines. Su urbanización a principios de los años treinta, rompió todos los esquemas residenciales de Lima, donde las familias adineradas empezaron dejar el Centro de Lima para mudarse a los límites del Paseo Colón y también por el acceso directo a los balnearios de Miraflores. La arquitectura de las casas aledañas a la avenidas Arequipa y Arenales, tenían un corte europeo y en la zona de la Av. Petit Thouars aledaña a los barrios de Lince (antigua hacienda Lobatón) tenían un estilo art déco.

 

 

Mis abuelitos con mi mamá, la pequeña niña. Puede observarse la vestimenta tan extraña que usaban, el cuello duro de la camisa blanca de mi abuelo y sus guantes sobre su pierna izquierda, los vestidos de encajes de las dos mujeres y las sillas talladas, que yo llegué a conocer, porque las heredó mi madre y eran parte de los muebles de mi casa cuando era pequeño.

 

Máxime, que mi abuelo Don Enrique Gómez, era muy apreciado por haber frustrado el Intento de golpe de Estado, ocurrido el 29 de mayo de 1909 en Lima, contra el presidente Augusto B. Leguía (al año de su 1er. mandato). Según el historiador Jorge Basadre, fue la más original y pintoresca de las revoluciones republicanas del Perú, de parte de un grupo de pierolistas.

La sublevación fue encabezada por Carlos de Piérola, hermano del expresidente Nicolás de Piérola, y los hijos de éste, Isaías y Amadeo de Piérola, que reunieron en torno suyo a un grupo de fervorosos y temerarios militantes del Partido Demócrata o pierolista, que eran opositores del gobierno de turno. Según su propio testimonio, Nicolás de Piérola (que por entonces ya no lideraba el partido demócrata) no estuvo involucrado en la conspiración, habiéndose realizado los sucesos sin su conocimiento previo. El viejo caudillo demócrata, apodado el “Califa”, era por entonces un anciano de 70 años.

Los conjurados sumaban unos 200, los sublevados asaltaron Palacio de Gobierno. El grupo principal ingresó al departamento presidencial, donde mataron al edecán mayor Eulogio Elespuru e irrumpieron en la habitación donde se hallaba el presidente Leguía, a quien tomaron prisionero. El plan de los sublevados era exigir al Presidente que firmara su renuncia al poder, pero Leguía se negó rotundamente a hacerlo.

Los amotinados sacaron a Leguía hacia la calle, lo llevaron hasta la Plaza de la Inquisición, donde, al pie del monumento a Bolívar, lo conminaron a renunciar por segunda vez. Leguía volvió a reiterar su negativa, expresada en dos escuetas palabras: “No firmo”. Le acompañaba su Ministro de Justicia e Instrucción, Manuel Vicente Villarán. A las seis de la tarde hizo su aparición un piquete de caballería de veinticinco efectivos, al mando del alférez Enrique V. Gómez Cobos, que disparó sobre los rebeldes y dispersó a la muchedumbre. Hubo muchos muertos y heridos. Leguía y su ministro Villarán permanecieron en el suelo hasta que fueron rescatados por el mismo Gómez y puestos bajo protección, siendo escoltados hasta Palacio de Gobierno. En el trayecto, el presidente fue ovacionado por la población.

La debelación del golpe de Estado dejó un saldo de más de cien muertos, entre civiles, autores del atentado y militares que custodiaban el Palacio.

Los violentos acontecimientos del 29 de mayo, como es fácil suponer, dieron lugar a una gran cobertura periodística, en este caso, sin precedentes. Diarios como El Comercio informaron el mismo día sobre los sucesos en su edición de la tarde; mientras que revistas ilustradas, como Variedades, cubrirían los hechos con mayores detalles en la información a través de fotos exclusivas, que mostraban diversos episodios de aquella agitada jornada.

 

 

Ese mismo día mi abuelo fue ascendido por el presidente de alférez a capitán, saltándose el grado de teniente. Años después, aprovechando que mi abuelo hablaba francés, durante su segundo gobierno, Leguía lo nombró agregado militar en Francia. Finalmente se jubiló con el grado de Coronel. En aquella época había mucho menos oficiales de alto mando que ahora.

 

En realidad, a mi abuelo Gómez lo recuerdo muy poco, pues murió cuando yo tenía sólo cuatro años. Mi madre me contó que un día, cuando fuimos con ella a visitar a mis abuelitos, mi abuelo y yo entramos a la huerta de su casa, y nos sentamos en una hamaca, mientras me contaba algunas fábulas de Esopo, que a mí me encantaban; hasta que, en un momento dado, el abuelo se quedó dormido. Yo retorné al salón donde se encontraban mi mamá y mi mamama, y les dije: “el abuelito se ha dormido”. Como a la mamama le pareció algo extraño, fue inmediatamente a verlo, y estaba muerto; pues yo fui el último en verlo con vida.

 

De otro estrato socioeconómico, mi abuelo paterno, Don Teófilo Barcelli Ríos, nacido en el año 1873, fue el equivalente al secretario general de todos los sindicatos de trabajadores del Perú, en aquella época no se llamaban sindicatos, sino gremios. Él era obrero del Estanco de Tabaco, que después se convirtió en la Tabacalera Nacional (con el gobierno del Gral. Velazco). Yo vi en unas fotos de la familia, el entierro de mi abuelo Don Teófilo, fue apoteósico, había miles de seguidores al cajón. Supongo que era muy querido por los proletarios.

 

 

A la izquierda, Don Jeremías Barcelli Maseurici, mi bisabuelo, nació Génova, Italia y fue el primer inmigrante Barcelli que vino al Perú. A la derecha, Don Teófilo Barcelli Ríos, mi abuelo e hijo

de Don Jeremías.

 

Mi abuela paterna, Doña Rosa Soto Merz, era nieta de unos adinerados judíos alemanes en Brasil (mis tatarabuelos), cuya hija Doña Rosa Merz (mi bisabuela) se unió con Don Ceferino Soto, un empleado de sus padres, no judío, y motivo por lo cual sería desheredada y emigraría con él al Perú. A mi abuela Rosa la conocí, era toda una generala, muy dura, que crío a trece hijos como a soldados, yo le tenía miedo, tenía una mirada penetrante con sus ojos azules, casi transparentes. Ella le dijo a mi papá: “allí, en el ejército, te darán comida, ropa y, sobre todo, educación”. Mi padre acató la recomendación, pero que sonaba más a una orden.

 

 

Mi abuela, Rosa Soto Merz, judía (1883 – 1960)


Mi papá primero fue soldado, donde completó la educación secundaria (el ejército brindaba dicha educación) y luego entró a la Escuela de Oficiales, donde se recibió de oficial, porqué también había algunos que pasaban por “la directa”, que así se llamaban los que eran ascendidos sin pasar por la escuela, pero éstos sólo llegaban a alférez o tenientes, muy pocos a capitanes. Los que seguían estudios como cadetes de la Escuela Militar, podían llegar hasta a Generales de División. Mi padre tenía un tío, hermano de su padre, llamado Genaro, quien le fue muy útil mientras estudiaba en la Escuela Militar de Chorrillos, porque era el concesionario de la cafetería de la Escuela, y mi padre podía consumir gratis todo lo que quisiera, porque su tío lo adoraba.

Yo nací en Tacna, porque a mi padre, el Ejército, lo destacó a cumplir un par de años de servicios en la frontera. Mis padres acordaron ponerme los dos nombres de mis abuelos, felizmente, me pusieron primero Enrique y segundo Teófilo; porque éste último, aparte de que no me gusta, es un poco pasado de moda.

 

Otro lío que yo tenía en la cabeza eran los nombres de mi familia: mis dos abuelas se llamaban Rosa, mi mamá Rosa, mi hermana Rosa, mi tía y madrina Rosa, tres de mis primas Rosa y después varias sobrinas Rosa, tremendo lio...

Mis padres, ambos se querían e intentaron amistarse varias veces, que así nacieron dos hijos más, mis hermanos Aldo y Giamnita, amén de que mi madre tuvo varias pérdidas; pero mi padre también amaba a los caballos, además no sabía hacer otra cosa. Él había renunciado al ejército para trabajar de administrador en el “Haras Nocheto”, de propiedad de su cuñado, donde había más de cincuenta caballos finos de carrera. El negocio consistía en la compra, reproducción, cría, cuidado y venta de caballos de pura sangre. Cuando por una epidemia murieron los mejores sementales, entre ellos Haricot, un ex-campeón argentino; ese año vi muchos gallinazos dándose un banquete con los cadáveres de los caballos. Mi tío vendió el rancho y mi papá se quedó sin trabajo. A consecuencia de ello, mi padre, utilizando su liquidación, se metió en varios negocios, pero en todos fracasó; finalmente, se empleó en una escuela de equitación que posteriormente lo llevaría a trabajar en escuelas extranjeras, donde había mayor demanda de sus servicios y llegaría a tener alumnos de nivel mundial. Pero esto sucedería después de varios años más.

 

Mi padre trabajando como instructor de jinetes de nivel mundial, en USA. Él me contó que allá todo es especializado y, a pesar de que él también sabía de la cría y preparación de los caballos, le dijeron que él tendría que escoger una de las dos especialidades.

 

 

 

Mis padres, poco tiempo antes de su último distanciamiento y la partida de mi padre a USA.

 

 

CHORRILLOS Y LA MAMAMA

 

A partir de ese año viviríamos siempre con nuestra abuela materna, a quien queríamos mucho y con quien, gracias al horario escolar partido, y a que íbamos todos los días a almorzar a casa, teníamos la oportunidad de conversar mucho con ella, quien nos contó varias y lindas historias.

Una de dichas historias fue en relación a sus padres, mis bisabuelos maternos, María Guerra y Carlos Manrique. Él era contador de la firma Gildemeister, compañero de trabajo y muy amigo de los hermanos de ella; hacía tiempo que estaba muy enamorado de mi futura bisabuela; pero como la veía todavía tan niña, con sólo dieciséis años, no se atrevía a manifestarle su amor, hasta que, en un determinado momento, cuando ya estaba por decírselo, justamente ella le entregó un parte matrimonial.

Él, sorprendido, le dijo:

Pero si yo estaba por declararte mi amor y continuó diciendo. Pensar que yo me sentía corto porque todavía eres muy joven.

Ella le respondió:

Será para la próxima oportunidad.

A modo ilustrativo: La firma “Gildemeister”, dedicada al comercio, en 1887, no obstante que el terremoto de 1866 y la guerra del Pacífico le causaron graves pérdidas, que la obligaron a vender sus almacenes de nitratos en Tarapacá, adquiere la hacienda Casa Grande. Posteriormente compra otras haciendas como Lache, Sausal, Jaquez, Viscaíno, Gasñape, Molino, Roma y Laredo; y funda la Sociedad Agrícola Casa Grande Limitada. Sociedad que se convirtió en el primer ingenio azucarero del mundo.

Lamentablemente, la hacienda terminó siendo expropiada durante el régimen dictatorial del general Velasco Alvarado en 1968. Curiosamente, mi hermano Guillermo, bisnieto de Manrique, trabajó en la Sociedad durante los años 60, como Jefe de Mantenimiento.

El novio, un ingeniero alemán, también compañero de trabajo y amigo de los hermanos de ella, a quien la Hacienda Casa Grande había contratado, como experto en el proceso de la fabricación de la azúcar, increíblemente, antes de un año de casados, tuvo un accidente y se cayó dentro de un recipiente lleno de melaza caliente, fue una muerte horrible…

Dejando pasar un tiempo prudencial, mi bisabuelo fue a visitar a la viuda y le dijo:

Ésta es la próxima oportunidad, que tú me prometiste, ¿me aceptarías como esposo?...

Y así fue que se casaron mis bisabuelos, ella en segundas nupcias.

 

 

Mis bisabuelos maternos: Doña María Guerra

y Don Carlos Manrique

 

Otra anécdota que me contó mi abuelita, fue referente al Mariscal y dos veces Presidente Constitucional del Perú, Don Andrés Avelino Cáceres. Gracias a que él vivió ochenta y siete años, que vivían a media cuadra de distancia y de que sus familias eran muy amigas, mi mamama pudo conocerlo, desde que era una niña, hasta cuando tenía 28 años y el Mariscal ya era un anciano (murió el año 1923). Ella recordaba que todos los años, para su cumpleaños, armaban un castillo de fuegos artificiales y, mientras explotaban las bombardas y centellaban las luces, él decía, casi gritando:

Si no hubiera sido militar, hubiera sido “cohetero”, ¡porque los cohetes me gustan mucho!

Mis hijos, que cuando jóvenes llegaron a conocer a la mamama, quien vivió noventa y nueve años, se reían cuando ella se los contaba, y decían:

Mamama, así cualquiera sabe Historia del Perú, si eras amiga de los protagonistas.

La mamama ponía una cara como la del gato que se ha comido al ratón.

 

 

Andrés Avelino Cáceres, 1836-1923. Fue Presidente Constitucional del Perú en dos ocasiones: de 1886 a 1890 y de 1894 a 189

 

Mi mamama fue la menor de seis hermanos, tres de ellos murieron con la fiebre del cólera. Ella decía, yo era la única flaca, pensaban que yo era la más débil, sin embargo, de las tres mujeres, fui la única que sobrevivió. Sus dos hermanos hombres eran bastante mayores que ella y, durante la ocupación chilena de Lima, ella nos contaba que, eludían el toque de queda, y llegaban a su domicilio, transitando por los techos de varias casas.

 

Mi mamama heredó de su esposo tres casas, una en Santa Beatriz, otra en Jesús María y la tercera en Chorrillos, donde ella vivía, las otras propiedades las tenía alquiladas. Pues allí, a Chorrillos nos fuimos a vivir, incluso mi padre, aunque él con frecuencia se quedaba a dormir en el Haras Nocheto.

 

En la casa de Chorrillos teníamos una pequeña huerta, con diferentes frutales, pero destacaban los olorosos higos, que en invierno parecían árboles muertos, pues se le caían todas las hojas, quedando totalmente pelados; pero todos los veranos revivían, y daban muchos frutos, que comíamos hasta saciarnos, pero también la abuela hacía un dulce de higos “para chuparse los dedos”. En una oportunidad, cuando había terminado la temporada de la cosecha, y ya sólo quedaba un par higos en los árboles; nosotros manifestamos nuestra pena por la falta de dicho dulce, la mamama nos dijo:

No se preocupen chicos, que yo les prepararé ese riquísimo dulce de higos, pero sin higos.

¿Sin higos? preguntamos.

Ella nos contestó: —Sí, sin higos, pero vayan y tráiganme unas diez caiguas y un atado de hojas de higo, las que todavía no han terminado de caerse de los árboles.

Lavó ambos insumos, quitó las pepas y trozó las caiguas, puso todo en una olla con agua, azúcar, canela, clavo de olor, incluyó el último par de higos que quedaban y un poco de pedazos de las cáscaras, de una sandía que acabábamos de comer. Puso la olla a hervir hasta que se evaporó la mayor parte del agua.

Finalmente trasladó todo el contenido en una fuente.

Ahora todos deben cerrar los ojos y abrir la boca nos pidió.

Luego nos introdujo bocados de caigua, de sandía y/o higo y nos fue preguntado a cada uno:

¿Qué te di de comer?

Ninguno de nosotros acertaba, pues todo tenía sabor al delicioso higo. Y ella nos dijo:

Ven, justo lo que les prometí.

Todos gozamos y reímos a más no poder.

 

Uno de mis primeros recuerdos de Chorrillos, cuando me asusté mucho, fue el 3 de octubre de 1948, yo estaba en el malecón, a la altura del Club Regatas, y comenzaron a sonar terribles cañonazos. Los adultos nos dijeron que no nos asustáramos, que las bombas estallaban muy lejos, en el Callao, pero que regresáramos inmediatamente a nuestras casas. Fue cuando el APRA dirigió una sublevación en el Callao con tropas de la Marina de Guerra. A raíz de esto, se suprimieron las garantías constitucionales y Bustamante y Rivero declaró fuera de la ley al APRA.

 

Desde allí, en Chorrillos, viví inolvidables experiencias, aprendí y gocé volando cometas; pero nosotros hacíamos nuestras cometas, traíamos de Nocheto las sacuaras que crecían de forma natural al borde de las acequias, cañas que eran mucho más livianas que la caña común; preparábamos nuestro propio engrudo, a partir de un poco harina, armábamos la estructura amarrada con pabilo, le poníamos flecos y una cola para que la cometa tenga contrapeso y por lo tanto no cabeceara. Finalmente, subíamos al Morro Solar, que nos quedaba muy cerca, y allí en lo alto, al costado del monumento al soldado desconocido, donde soplaba un viento muy fuerte enviábamos cartas de amor a nuestra madre y a la mamama, pues éramos muy chicos para tener otro tipo de amores.

 

Monumento al soldado desconocido en forma de obelisco con una escultura que representa a un soldado anónimo y que conmemora a quienes murieron en combate durante la Batalla de San Juan y Chorrillos ocurrida el 13 de enero de 1881, en el marco de la Guerra del Pacífico. En ella se enfrentaron el Ejército de Chile y el Ejército del Perú.

A su inauguración, el 27 de julio de 1922, acudió el presidente Leguía.”

 

 

En el Morro Solar hay un planetario que es el primer centro de observación astronómica del Perú, fue construido y dirigido por el ingeniero Víctor Estremadoyro, quien vivía a media cuadra de la casa de mi abuela, y era amigo de nuestra familia. Este recinto me fue mostrado en varias oportunidades, por el mismísimo constructor y su Director. Este planetario, además de ser un museo de sitio, presenta temas relacionados con astronomía como telescopios de diferente tipo, artefactos de cohetería civil, junto a una variedad de elementos hallados en el Morro: restos históricos de la Batalla de San Juan y Chorrillos, cuyo punto culminante fue el enfrentamiento en la cima y laderas del Morro; así mismo, muestras arqueológicas y vestigios de la cultura pre-inca ichma, algunos fósiles de fauna marina del cretácico inferior y muestras geológicas que presentan la actividad de las capas rocosas del Morro.

 

El Planetario y observatorio del Morro Solar

 

Otro de mis recuerdos de aquella época, en que el cine no se había difundido en Chorrillos, un entretenimiento importante para los vecinos del distrito eran las retretas, representaciones musicales efectuadas por las bandas militares y que generalmente se daban los sábados y domingos en los parques centrales.

En Chorrillos, el lugar preferido era el entonces elegante Malecón. Las familias cuyas casas miraban hacia éste, "recibían" en las noches de retreta, a sus amistades y cuando ya la banda se retiraba, se servía el clásico chocolate para dar lugar a que la tertulia continuase.

 


Malecón de Chorrillos donde tocaba la Banda de la Escuela Militar.

 

Lo curioso en las retretas era que las muchachas daban vueltas a las plazas, plazoletas o parques, en un sentido, mientras que los hombres lo hacían en sentido contrario. Desde luego, cuando el intercambio de miradas había sido lo suficientemente "correspondido" se producía la conversación y luego ya, las parejitas se paseaban juntas, mientras los amigos comentaban "ya tomo viaje" o "ya se enganchó a la locomotora" (expresiones de la época).

 

 

Nuestra vivienda quedaba en la calle Enrique Palacios, a la espalda de la antigua iglesia San Pedro, en la Plaza Matriz de Chorrillos, avenida Mariscal Castilla, donde asistíamos a misa los domingos temprano, y al salir el padre Calichín nos sellaba los tickets para ingresar al cine, en el Salón Parroquial. Ahora, nuestra antigua casa se ha convertido en un colegio, el “Cristo Rey”, la antigua y hermosa iglesia es una edificación moderna, mucho mejor iluminada por dentro y más funcional; pues la primera vez en mi vida que entré a una iglesia, fue justamente a la de San Pedro, era muy oscura, sonaba una música tétrica, tenía un púlpito con una base de madera tallada, con forma de un diablo con su tridente; todo ello, me asustó sobremanera.

 

Parroquia San Pedro de Chorrillos antes y después del terremoto del año 1974, cuando fue totalmente destruída.

 

Otro de los acontecimientos de esa época, en Chorrillos, era el vertiginoso mundo de las carreras de motos y las del automovilismo, donde brillaron varias figuras de relieve. Principalmente, recuerdo al querido Eduardo "Chachi" Dibos Chapuis. Primero compitiendo en motos, y luego conduciendo su Triumph, dando una demostración de cómo se "volaba" en el Circuito La Herradura. Más tarde surgirían émulos de él y, uno de ellos fue Christian Brahms. Estas carreras tanto de motos como de autos eran todo un acontecimiento importante para nosotros, los niños de mi época.

 

 

Tranvía saliendo por el túnel de la Herradura

 

Antiguamente, existía una línea de tranvía que recorría alrededor del Morro Solar, pasando por la playa de la Herradura, cruzando el trayecto final a través de un túnel. Luego éste fue pavimentado y se convirtió en el circuito de la Herradura. Del túnel se sale al costado de una cancha de futbol, llamada “cancha de los muertos”, porque en varias oportunidades, en pleno juego de pelota, aparecían huesos humanos, posiblemente provenientes de los soldados muertos en la batalla de Chorrillos.

 

 

Carrera de motos en el circuito de la Herradura, a la altura del

Club Regata Lima.

 

 

MIRAFLORES

 

Durante un par de años, nos mudamos a una casa alquilada en Miraflores, en la calle Alcanfores, a tan sólo tres cuadras del óvalo Gutiérrez. De allí, mi padre podía llegar más fácil a Nocheto y ya no se quedaba a dormir en el Haras.

Pobre mi madre, debió ser muy duro para ella pasar de vivir, engreída como hija única, en Santa Beatriz, a vivir en el campo en una casa rústica, con poco o nada de vida social, en Nocheto. Pero inimaginable debe de haber sido, para ella, la pena por el fallecimiento de mi hermano Mario; un día nos confesó que llegó a odiar a otros niños ajenos, incluso, después de superarlo, tenía un sentimiento de culpa por haber sido tan mala o dura con otros niños. Nuestra mudanza a Miraflores fue algo muy positivo, por los nuevos aires, para la sanación de mi mamá. Con frecuencia íbamos a la tiendecita blanca, toda la familia junta, y nos divertíamos chicos y grandes.

 

 

La Tiendecita Blanca, a donde solíamos ir con mi mamá.

 

Mi madre, también me contó que, de soltera, lamentaba mucho no tener hermanas, a veces se sentía sola; por eso, se alegraba mucho cuando había golpes militares, lo cual solía suceder con mucha frecuencia, porque ella y su mamá, o sea mi mamama, por seguridad, se iban a la casa de su prima hermana, también su mejor amiga; donde no corrían mayor peligro, porque su tío no era ni político ni militar. Mi tía Sarita se casó con un marino, un tal Montoya, que llegó a ser Almirante y Comandante General de La Marina; ambos son los padres del actualmente también Almirante y ahora congresista, Jorge Montoya Manrique; o sea que mis bisabuelos, también eran bisabuelos del congresista; sin embargo, no existe ninguna relación social entre nosotros; aclaro, tampoco conflicto alguno.

 

Pero mi padre también era un tipazo, bien plantado, que las mujeres lo perseguían. Pero, si bien, muchas veces no estuvo muy presente, cuando estaba con nosotros era muy cariñoso. En general, los Barcelli somos cariñosos, incluso entre hombres, solemos besarnos y acariciarnos mucho, nos resulta gratificante. Mi padre nos contaba, respecto a su vivencia en USA, estos gringos besan en la boca a sus mascotas, pero a sus padres los despiden con sólo un “bye” y los saludan con un simple ”hi”.

 

De aquella época recuerdo mucho nuestros paseos al zoológico y la lagunita de Barranco; también nuestra ida, con alguna frecuencia, al balneario de Miraflores. Era todo un deleite ver a los jóvenes tablistas de aquella época con unas tablas gigantes, haciendo piruetas corriendo olas frente al club Waikiki.

 

 

Baños de Miraflores antiguos. Club Waikiki fundado en 1942. Uno de los principales promotores del surf en el Perú.

 

También, ocasionalmente, íbamos a los baños de Barranco. El tío de mi padre, Don Genaro Barcelli, quien fuera concesionario de la cafetería de la Escuela Militar, años después, se convirtió en concesionario de los baños de la playa de Barranco. Él alquilaba los cuartos para cambiarse y ponerse ropa de baño, para lo cual, también te ofrecía en alquiler sombrillas, ropas de baño y zapatillas, para poder ingresar al mar cruzando la orilla de piedras. Estos alquileres ahora serían muy extraños, por no decir inaceptables, pero en aquella época, era algo muy usual.

Los baños de Barranco contaban con un funicular que, aunque está inoperativo, todavía existe. Si caminas por la calle Domeyer en dirección al acantilado, luego de una reja y casi al costado de la casa del artista Víctor Delfín, encontrarás el Pasaje Funicular y el antiguo Funicular de Barranco que conectaba la parte alta del distrito con la playa.

 

 

Inaugurado el 28 de julio de 1896 durante el gobierno de Nicolás de Piérola, el funicular de Barranco se convirtió en el 9no. en ser instalado a nivel mundial. En sus inicios, los vagones de pino de Oregón (Canadá) operaban con un sistema de tanques de agua que se llenaban y vaciaban, permitiendo que los vagones subieran y bajaran en simultáneo. De ahí que se hiciera conocido como el “ascensor hidráulico”. Cada vagón podía transportar hasta 28 personas y anunciaba su salida cada treinta minutos con el toque de una campana. En el año 1930 se modificó el sistema de contrapesos por energía eléctrica. Tras realizar su último viaje en 1971 y debido a los altos costos de sus reparaciones, se decidió su cierre definitivo en 1976.”

 

Antiguamente, la inseguridad ciudadana era mínima, había tan pocos casos de crímenes que, cuando se dio el caso del “Monstruo de Armendáriz”, la noticia ocupó las primeras planas durante cuatro años. Ahora este tipo de crímenes se da a diario y no se publican en primera plana, sólo se menciona en las páginas policiales. A fines de los años cincuenta, Jorge Villanueva, de 35 años, fue condenado a la pena de muerte por el secuestro, violación y asesinato de un niño de 3 años y medio. Este caso, uno de los más emblemáticos en el Perú, es conocido como el del ‘Monstruo de Armendáriz’. El fusilamiento de Villanueva ocurrió un 12 de diciembre de 1957, tres años después de ocurrido el crimen.

 

 

Al día siguiente, las portadas de todos los diarios divulgaban con grandes titulares el crimen de la quebrada. Era una Lima en crecimiento, que en pocos años había pasado de tener medio millón de habitantes a superar el millón y los periódicos en formato tabloide acababan de nacer y estaban en pleno auge”.

 

 

Durante esos años, mi hermano mayor y yo estudiamos el en colegio San Erico, en la Av. Arequipa, a tan sólo dos cuadras del óvalo Gutiérrez. Todos los días íbamos solos a pie al colegio y, durante una época, nuestra madre nos decía:

Tengan cuidado, no crucen al otro lado del riel del tranvía, que por allí está dando la “viruela”. Si se contagian, pueden morir.

La viruela fue la más clásica y devastadora de las enfermedades eruptivas, mataba o desfiguraba y para la que no existía tratamiento, ocasionando la muerte de un tercio de todos aquellos a quienes infectó, y decenas de miles quedaron ciegos. No en vano, sólo en el siglo XX esta epidemia cobró más vidas que cualquier guerra o enfermedad. Por aquella época aparecieron algunos brotes, en algunos distritos populares de Lima, como por ejemplo el distrito de Surquillo, colindante con el de Miraflores.

Pensar que ahora, después de tantos años, estamos viviendo una pandemia similar, tan terrorífica como aquella.

 

Niña infectada de viruela, cubierta por las características

erupciones en la piel

 

La incidencia de la viruela fue reduciéndose considerablemente, año tras año, luego de intensificarse las vacunaciones masivas, y luego casa por casa realizadas en estrecha coordinación con todas las instituciones integrantes del Sector Salud, como los Seguros Sociales, las Sanidades Militares y de Policía, los Municipios y las entidades y personas del Sector Privado, permitieron la total erradicación de esta enfermedad, incluso a los niveles más periféricos y alejados del territorio nacional. La Certificación de la erradicación de la Viruela, fue firmada en Ginebra el año 1979.

El colegio San Erico era muy bueno, funcionaba en una casona antigua muy linda, pero el dueño del colegio, quien era un profesor inglés, acostumbraba castigar pegándonos con una regla en las manos y, en una oportunidad, le pegó tan fuerte a un alumno, que le malogró el tendón de un dedo; inmediatamente, clausuraron el colegio y, a nosotros, nos trasladaron al colegio San Andrés de Lima, antes denominado “el anglo-peruano”, que quedaba en la primera cuadra de la Av. Petit Thouars.

 

 

El Colegio San Andrés de Lima, antes denominado anglo peruano, es un Centro Educativo Peruano, fundado el 13 de junio de 1917 en Lima, que lleva el nombre del Santo Patrono de Escocia: San Andrés.

 

 

JESÚS MARIA Y EL CAMPO DE MARTE

 

Nuestro cambio de colegio, coincidió con nuestra mudanza a Jesús María, a otra propiedad de mi mamama, en la segunda cuadra de la avenida Talara, aunque también teníamos otra puerta que daba a la Av. Garzón. La casa era muy grande, ocupaba un cuarto de la manzana, nosotros usábamos la mayor parte, y teníamos un sistema de calentamiento del agua de ducha muy curioso, en base a ron de quemar. Pero mi abuelita dividió la casa y alquiló ciertas áreas.

 

En la esquina de Talara con Garzón, mi abuela alquiló un área a la Lavandería y Tintorería Pérez; en aquella época, era común teñir la ropa vieja, para reciclarla como nueva; el dueño del negocio, el Sr. Pérez, era muy risueño y me permitía, con mucho cuidado, entrar a su negocio. Allí tenía unas empleadas que planchaban con planchas a carbón, también unas planchas que prensaban y emitían vapor, grandes tinas donde teñían, lavadoras y secadoras industriales, entrar allí era fascinante.

 

Con puerta a la Av. Talara, la casa tenía un garaje para dos autos, al que la mamama le agregó un baño, lo convirtió en un departamento y se lo alquiló a un matrimonio; la esposa era boletera del cine Ópera, algo muy conveniente para mi hermano y para mí, porque nos regalaba boletos y podíamos entrar al cine gratis.

 

En la entrada de dicho cine, vendían historietas, para nosotros muy entretenidas, de Súperman, el Llanero Solitario, Mandrake el Mago, el Pato Donald, La Pequeña Lulú; y muchos más, entre ellos, Los Halcones Negros, a cuya semejanza, con nuestros amigos del barrio, los hermanos Morales Salazar, hicimos una especie de club; el cual tenía su “covacha”, en un cuarto que nuestra casa tenía en la azotea. Todavía recuerdo que las paredes del cuarto, posiblemente un antiguo depósito, tenía las paredes completamente cubiertas con hojas de periódico pegadas, en cuyos titulares, se leía las informaciones más relevantes del curso de la segunda guerra mundial; pues recién habían pasado unos diez años de su término. Eso nos envalentonaba más, mi hermano Guillermo era el jefe, el Halcón Negro, yo era Olaf, un amigo era Adré y otro amigo más chico era “Chopchop”, el cocinero del grupo, tal como lo indicaban en las historietas. A media cuadra de nuestra casa, en la misma Av. Garzón, había una quinta donde funcionaba un almacén de la firma Llantas Dunlop, que era uno de los lugares favoritos de los Halcones negros, pues nos subíamos a las rumas de llantas y, desde allí, nos tirábamos a las rumas de colchones, que era otro producto de la firma y que también almacenaban allí. A veces tumbábamos rumas enteras, pero el guardián era muy tolerante y amistoso, se reía y reordenábamos conjuntamente con él las rumas de llantas.

 

Aparte del cine Ópera, teníamos los cines Diamante, Palermo, Nacional y San Felipe. Allí vimos evolucionar el cine del mudo al hablado, luego de blanco y negro a color, finalmente a tercera dimensión. Al igual que el cine República y un par más en Lima, el cine Diamante introdujo el cine en tres dimensiones; para lo cual, nos proporcionaba unos anteojos con una lente de color rojo y otra con color azul.

 

Todos los días, íbamos a pie al colegio San Andrés, para lo cual recorríamos todo al Campo de Marte, el cual era el principal escenario de nuestras actividades, pasábamos frente a las tribunas del antiguo hipódromo, por la “Avenida de la Peruanidad”, bordeábamos por el monumento de Jorge Chávez y tomábamos la Av. 28 de Julio, hasta llegar frente a la Cabañita del parque de la exposición, y doblando a la derecha, entrábamos al “cole”.

 

En una oportunidad fui con mi mamá a ver el desfile militar, frente a las tribunas, al final, cuando el presidente Manuel Prado, estaba por salir y despedirse, desde su carroza tirada por caballos, bajamos de las tribunas a la pista para verlo de cerca; pero tal era la densidad del tropel de personas que, apretado por la masa, fuimos desplazados más de treinta metros, en el aire, sin tocar el piso; hasta que finalmente pudimos zafarnos y apoyar nuestros pies en la pista. Tuvimos suerte de no caer al suelo, porque hubo heridos de consideración.

 

Desfile militar en el Campo de Marte

 

Mi madre solía ir todos los años a la procesión del Señor de los Milagros, pero después de nuestra mala experiencia en el Campo de Marte, nunca me llevó; y para mí, si bien era algo impresionante, nunca me interesó ir.

La historia cuenta que, en la época del virreinato del Perú, allá por el año 1651, un grupo de esclavos negros de Angola, que trabajaban en la zona de Pachacamilla, levantaron una cofradía. En una de las paredes de adobe de aquel lugar, un pintor angoleño plasmó la imagen de Cristo crucificado. Muchas personas no tomaron en cuenta la pintura realizada por el angoleño. Algunos creyentes y fieles religiosos comenzaron a adorar la imagen y la bautizaron como el “Cristo moreno”, por las raíces negras de sus creadores. La fe fue aumentando, debido a que en 1655, se da uno de los terremotos más fuertes de Lima, creando caos en la población y el derrumbe de casas, mansiones, templos y diversas edificaciones, el suceso peculiar fue que en Pachacamilla, la pared de adobe donde se encontraba la santa imagen se mantuvo en pie sin daño alguno. Todas las paredes a su alrededor habían caído.”

 

Actualmente, miles de fieles vestidos con hábito morado acompañan la procesión del Señor de los Milagros durante su recorrido por las calles de Lima. Todo un ritual de fe, esperanza, tradición y, cómo no, buena comida.

 

A la espalda de las tribunas del Campo de Marte, quedaba la Concha Acústica, a la que muchas noches asistíamos con mi mamá, para escuchar tocar a algunas orquestas sinfónicas.

 

Concha acústica de Jesús María

 

Mi madre era muy conversadora y muy culta, leía mucho y participó dos veces en el concurso de “Helen Curtis pregunta por 64 mil soles”, dirigida por Pablo de Madalengoitia. La primera vez concursó con el tema “La vida de Charles Chaplin” llegando a ser ella finalista a la pregunta por 64,000 soles de premio, la segunda vez lo hizo con el tema “La Mata Hari”, pero perdió en las preguntas preliminares. Ella dijo: “perdí, pero recibí varios premios, sobre todo una canasta llena de alimentos”. Mi madre, posteriormente, sería secretaria de cultura del Partido Popular Cristiano, y también socia y expositora en el Rotary Club de Lima.

A ella le encantaban los nacimientos de Navidad, cada año iba aumentando piezas y el tamaño de nuestro nacimiento, llegando a ser el más grande de todo el barrio. El nacimiento se exponía gratuitamente, dentro de un horario amplio, nadie controlaba a los que entraban y salían del gran salón de mi casa, pero nunca se robaron nada. Curiosamente, en el colegio me enseñaron a preparar moldes de yeso, y producir en serie animalitos como carneros, burritos, vacas y otros objetos, de tal manera, pude incrementar nuestro stock navideño.

 

Era una época en la que todavía no había proliferado los chifas de barrio, ni los pollos a la brasa y, frente a nuestra casa, quedaba el Restaurante Godos, que preparaba el mejor bistec apanado de Lima, allí llegaban los carros de toda la ciudad para consumir tan deseado plato.

 

Nuestra casa quedaba en la cuadra nueve de la Av. Garzón, en la cuadra ocho quedaba la quinta llamada “bacinica”, por su olor fétido, en la cuadra siete había dos callejones que cruzaban totalmente de la Av. Garzón a la Av. Brasil. En todos aquellos lugares vivían pobres, pero no existía mayormente la delincuencia. Más bien, cruzando la Av. Brasil hacia el distrito de Breña, había algunas zonas peligrosas.

 

En ese barrio hice grandes amigos, como Enrique Picón, quien luego fuera padrino de bautismo del mayor de mis hijos, a Eduardo Cueva, futuro neurocirujano, quien años después me salvaría la vida operándome de un problema de fístula cerebral, a Fredy Morales, futuro esposo de mi hermana y a los Zevallos, quienes para ser nuestros hermanos sólo les falta la sangre; pues así nos sentimos: hermanos, desde siempre y para siempre.

 

En el año 1955, mi padre sufrió un terrible accidente automovilístico, su auto dio una vuelta de campana, él salió expulsado al suelo y el vehículo le cayó encima. Mi padre resultó con la cadera y otros diez huesos más fracturados; estuvo enyesado desde los pies hasta cuello, sólo con dos agujeros para hacer sus necesidades, colgado de unos ganchos en el aire, apoyando sólo la cabeza sobre una almohada, cerca de seis meses, en el antiguo Hospital Militar, el Hospital San Bartolomé. Yo iba muy seguido a visitarle en compañía de mi madre.

 

 

La actual edificación, que es la mejor conservada de los hospitales coloniales, corresponde a la reconstrucción realizada después de 1756, originalmente atendía exclusivamente a negros, sean estos esclavos o libres. Desde 1826 se inicia como Hospital Militar de San Bartolomé. A la derecha está la foto de la sala del Hospital corresponde al periodo republicano, con las mesas en el centro del corredor que anticipan las actuales islas de enfermería y el techo de dos aguas. Allí funcionó hasta diciembre de 1958.”

 

Mi padre sufrió mucho, pero gracias a su fortaleza física, le soldaron correctamente todos los huesos, quedando totalmente operativo, y le darían de alta; pero dejó de trabajar durante todo un año.

 

En ese lugar, vi como operaban de amígdalas a unos soldados, en serie, sentados y alineados en un corredor; cada uno de los pacientes tenía sosteniendo en sus manos una bandeja, que contenía los instrumentos quirúrgicos respectivos y una riñonera, el cirujano y sus ayudantes se desplazaban operándolos, como si fuera un proceso de producción en línea de autos Ford T.

 

Durante esos años se escuchaba mucho a Pérez Prado, la Sonora Matancera, y Los Panchos; pero también estaba de moda en Lima, “El mundo está al revés”, de Luis Abanto Morales, en especial, recuerdo la siguiente estrofa:

 

Las mujeres ¡Hombres quieren ser!
Se cortan el pelo, usan pantalones,
montan bicicleta ¡Qué barbaridad!
Juegan la pelota, son catchascanistas,
muy poco les falta para gobernar.

 

Y era la pura verdad, el mundo estaba cambiando rápidamente.

 

En los primeros años del siglo XX, el carnaval tuvo dos vertientes, aquel antiguo y popular que identificaba al criollismo limeño, callejero con agua; y el moderno europeo, culto y refinado, con desfiles sobre carros alegóricos, artísticamente ataviados.

 

 

Foto de mi madre cuando fue elegida reina del barrio de Santa Beatriz.

 

 

El carnaval duraba tres días y terminaba en Lima al mediodía del Miércoles de Ceniza, después del cual se enterraba al Rey Momo o Ño Carnavalón.

 

Vista del paso de carros alegóricos, desde la esquina de la Plaza de Armas

 

Cuando vivía en Jesús María, terminaron los fastuosos desfiles de carros alegóricos y proliferaron los juegos callejeros de carnavales, aunque el juego con agua se trató de impedir en diversas oportunidades, no siempre la prohibición fue acatada por la población, ciertos grupos, en las zonas populares, seguían arrojando baldazos llenos de agua, en el que nadie se salvaba de recibir uno o un globo lleno de agua, además de ser golpeado por una “matachola” (media de nylon llena de talco que se lanzaba sobre el cuerpo), terminar con el rostro embadurnado con betún o pintura y otros excesos. Esta última forma de juego llegó a casos de violencia, atentando contra los transeúntes, quienes sufrían incluso robos y otros delitos, también se veían afectados los choferes y pasajeros en los vehículos de transporte público y privado. A causa de todo ello, el presidente Manuel Prado prohibió este tipo de festejos, hoy son sólo un recuerdo.

 

Actos vandálicos durante los días de carnaval.

 

Lo que perdura hasta hoy día, excepto durante la pandemia, fueron los bailes de carnaval, a los que he venido asistiendo desde muy niño, hasta hace unos diez años, en que redujimos las fiestas, a tan sólo los bailes de año nuevo, que recién las hemos suspendido cuando vino la pandemia.

 

 

 

Con mis hermanos, a la izquierda, el mayor Guillermo (dominó), Rosita (princesa) y yo (payaso) en la fiesta de carnaval, en la plaza Municipal de Barranco, el año 1953.

 

 

 

Con mi esposa, en una fiesta de carnaval con disfraces,

el año 1990.

 

 

Mi mamama, quien era tan anti-barcelli, como hoy día muchos son anti-fujimoristas, nos decía, refiriéndose al carnaval: “Fue la colonia italiana la que introdujo en el país, esas fiestas tan decadentes y paganas”.

 

 

Festejando el año nuevo del 2020, con mi compadre, el Dr. Enrique Picón. Al año siguiente, producto de su profesión médica,

adquirió el virus del Covid 19 y falleció.

 

 

Al

Todos los domingos íbamos con mi papá a visitar a mi abuela Barcelli. Normalmente, mi abuela paterna preparaba ravioles, que ponían en grandes fuentes al centro de una enorme mesa, las fuentes contenían tal cantidad de ravioles, que no podíamos ver las caras de los que estaban al otro lado de la mesa. A todos, chicos y grandes, nos sentaban en la mesa, y los chicos no nos podíamos parar de la mesa. Estábamos apretados porque éramos siempre mínimo veinte personas. No sólo éramos los Barcelli, sino también miembros de las familias amigas del barrio de la Victoria, descendientes de italianos como los Scacabarrosi, a los que algunos de ellos se cambiaron el apellido por Scabarrosi, para que no les hagan burla y les digan: “Es caca”, los Di Carlo, cuyo apellido originalmente era simplemente Carlo, se cambiaron de apellido, porque les parecía más distinguido, pero más adelante, ello les ocasionó un terrible problema en sus trámites de herencia, las familias Carosi, Castellano, Capelleti, etc. Los Barcelli comían y tomaban vino, conversando mientras iban trinchando los ravioles, mientras poco a poco iba disminuyendo la ruma, hasta agotarse. Así me quedó la costumbre familiar, de nunca dejar parte de la comida.

 

Ya la economía de la familia se iba deteriorando, día a día, mi mamama tuvo que vender su propiedad de Jesús María y nos mudamos a un departamento alquilado, en el mismo barrio. Simultáneamente, nos cambiaron a un colegio más económico, al Thomas Alva Edison, en una transversal, al final de la Av. Brasil, el Jr. Inclán. Lo malo era que quedaba relativamente lejos, no podíamos ir a pie. Teníamos que hacer dos viajes de ida y dos de vuelta. Felizmente, todavía Lima contaba con el servicio de transporte público masivo de tranvías eléctricos.

 

En aquella época, en Lima, el tranvía fue un medio de transporte masivo, Inaugurado en 1878 y clausurado en 1965. Los tranvías transportaban a hasta 150 pasajeros. Las Empresas Eléctricas Asociadas contaban con un gran número de unidades, en la década del 1920 circulaban 240 tranvías, que eran rápidos, pues se desplazaban a una velocidad de hasta 40 kilómetros por hora. A lo largo de las décadas de 1910 y 1920, el servicio de tranvías eléctricos se constituyó en cuatro líneas: la urbana de Lima y las interurbanas del Callao (incluso a La Punta), Chorrillos y Magdalena. En 1923 el conjunto de estas líneas hacía un total de 166 km.

 

En la foto de la izquierda un tranvía acoplado, eran dos vagones que viajaban juntos, enganchados. A la derecha varios muchachos

gorreando” tranvía.

 

 

El Campo de Marte fue uno de los lugares donde se desarrolló una parte importante de mi vida. Recuerdo cuando, desde ese lugar, presencié emocionantes carreras de motos con sus típicos olores a aceite y gasolina quemados y el ruido de los motores que me hacían vibrar; marciales desfiles militares con sus bandas de músicos, aviones de propulsión a chorro rompiendo la barrera del sonido, y el olor a estiércol por el paso de la caballería; vertiginosos juegos mecánicos con carros chocones, trenes fantasmas y sillas voladoras.

 

Este parque, con más de 120 mil metros cuadrados de extensión, es una de las áreas verdes más importantes de Lima. Como sabemos, fue construido dentro de lo que había sido el Hipódromo de Santa Beatriz, donde también funcionó la primera pista de aterrizaje de la ciudad, los vuelos de Juan Bielovucic y los primeros vuelos de la Panamerican. En 1933, fue asesinado allí, el entonces presidente Luis M. Sánchez Cerro.

 

En el barrio de Jesús María me pusieron el sobrenombre “el Soñador”, porque cuando sueño se me ocurren unas ideas tan locas… también cuando estoy despierto, mi subconsciente me posee y suelo ser muy distraído. Pueden aflorarme muy buenas ideas, incluso soluciones a problemas difíciles, pero también puedo cometer terribles torpezas, actuando como poseído, abstraído en mis alucinaciones. Suelo ser Superman, un millonario, Pelé, Tarzán, el presidente del Perú, etc.

 

Muchas fueron las vivencias que experimenté en dicho parque, la mayoría de ellas ya las he contado en mi novela “Mano Santa y el Soñador”, y no las repetiré en estas crónicas, pero hay una de ellas que no puedo dejar de contar, la historia que narro a continuación:

En una oportunidad, cuando me dirigía a dicho parque, en las calles se veía muchos chicos que se divertían como cerdos en el lodo, jugando a los trompos, al palito chino, los ñocos y mata gente. Cuando llegué, allí me encontré con unos amigos del barrio, de la avenida Garzón, que comentaban las burlas del día anterior: algunas parejas de enamorados frecuentaban el lugar, y ellos, escondidos entre los árboles, les tiraban piedras. Reían mucho recordando e imitando las expresiones de sus ocasionales víctimas.

Pero lo mejor de todo fue la expresión que puso “Cara cortada”. ¡Ja, ja, ja! —comentó uno de ellos, carcajeándose a más no poder.

¿Quién es “Cara cortada”? —pregunté.

Un idiota que encontramos defecando debajo de un arbusto. ¡Pero si justamente es ése que viene allí! —dijo señalándolo, uno de los bromistas.

Cuando me lo presentaron, le pregunté

¿Por qué te llaman “Cara cortada”?

En una oportunidad, me corté la cara cuando jugaba con un “run run”, el juego normalmente es inofensivo; pero, con mis amigos palomillas de la quinta “bacinica”, reemplazamos los botones de plástico por chapas de gaseosas, las cuales, previamente las colocamos sobre los rieles del tranvía, para que cuando éste pase las aplane, quedando con un filo de navaja; luego, apostábamos a cortar la pita del contrario —nos contó “Cara cortada”.

Me percaté de que “Cara cortada”, era un muchacho de condición muy humilde que se había mudado recientemente al barrio.

No lo fastidien. —dije—, además, nos puede ser útil para jugar fútbol, ya que nadie quiere jugar en el arco.

Cara cortada”, quien padecía un leve retardo mental de nacimiento, era de mi misma edad, cara redonda y ojos achinados. Sus gruesos labios, casi siempre, esbozaban una sonrisa.

Nos falta un arquero ¿Quieres jugar con nosotros?

Me encantaría. —respondió

A los pocos minutos, “Cara cortada” demostró ser un guardameta excelente con características suicidas.

En aquel entonces, los policías perseguían a los chicos que jugaban fútbol en los parques, para evitar que malograran el pasto. Justamente, en pleno partido, “un campana” gritó:

¡Vienen “tombos”! ¡Corran!

Ante el grito de alarma, corrimos hacia la pista por el lado opuesto al que estaban los policías. Para nuestra mala suerte, allí había otros dos que nos cogieron a “Cara cortada” y a mí y nos introdujeron en el “patrullero”. Al rato, mientras los policías cogían a otros chicos, aprovechamos del descuido y escapamos del vehículo, no sin antes coger un silbato que los guardianes del orden habían dejado en el asiento. Mientras corríamos, yo iba soplándolo y mofándome de los policías. Rápidamente, nos internamos entre los árboles y nos perdieron de vista. A continuación, nos introdujimos en un compartimento que tenía el monumento del parque, el escondite habitual de los chicos del barrio, en donde nos encontramos con otros dos muchachos.

¡Qué risa! Kiko se cagó en los "tombos"; les robó su pito ¡ji, ji, ji! —comentó “Cara cortada”. —Luego me quitó el silbato y lo sopló, sin darse cuenta de que los policías estaban en las inmediaciones. Éstos cercaron rápidamente el monumento. Ante esta situación, decidieron salir simultáneamente a la carrera por los cuatro lados. Minutos después, “Cara cortada” y yo fuimos detenidos y conducidos a la comisaría, mientras que los demás lograron huir.

Yo tengo la culpa. Perdóname, no pensé que estaban tan cerca —dijo muy apenado, casi llorando, “Cara cortada”.

No te preocupes. Tú, no podías saberlo —le contesté, tratando de reanimarlo.

Por aquella zona, transitaban algunos vendedores ambulantes; los cuales, también eran perseguidos por la ley. Ese día, acababan de apresar a dos “carretilleros”, a quienes los introdujeron en un calabozo; mientras que a nosotros, por ser menores de edad, nos indicaron que solamente nos mantuviéramos sentados un par de horas en las bancas del patio, cerca de las carretillas de los vendedores informales. Éstas contenían maní azucarado, maní salado, melcocha, y muchas otras delicias que paladeamos con gula hasta el hartazgo. Más tarde, ya en nuestras casas, yo volaba de fiebre y la diarrea no se hizo esperar. Tenía tal indigestión que, por lo menos en todo un año, no volví a mencionar la palabra maní.

Sin embargo, “Cara cortada”, quedó tan encantado con mi amistad y amabilidad como su nuevo protector, que a partir de esa experiencia, se convirtió en mi inseparable compañero. En pocas semanas, a pesar de ser nuevo en el barrio, ya era famoso por ser un gran arquero y por su excelente puntería con la honda.

Hace aproximadamente veinte años, volví al Campo de Marte y me dirigí a nuestro antiguo escondite, dentro del monumento; pero, tristemente, estaba descuidado, usado para orinar o defecar por algunos transeúntes, sucio y maloliente.

 

 

Compartimento que tiene al centro el “Monumento a los defensores de la frontera”, ubicado en el Campo de Marte, que utilizáramos nosotros, de jóvenes, como escondite.

 

Unos meses después, “Cara cortada” y yo nos desvelamos construyendo unas cometas. Yo fabriqué un barrilete y una estrella; “Cara cortada” hizo una pava y un avión. El próximo domingo, en el Campo de Marte habría un campeonato de cometas, con varios premios; pero, a nosotros, solamente nos interesaba el de la guerra de cometas, la cual consistía en colocarles hojas de afeitar en la cola para, luego calculando la altura y con movimientos bruscos del cordel, hacerla cabecear y cortar el pabilo del contrincante.

Llegó el día de la competencia y, mientras nos aproximábamos al Campo de Marte —lugar del evento— “Cara cortada me hablaba; pero yo no lo escuchaba. Ya estaba soñando, con la mirada perdida. Me veía campeón... De pronto, sentí un dolor en el trasero. Era “Cara cortada”, quien me había tirado un hondazo a la vez que me gritaba:

¡Idiota! Estás mojando las cometas en un charco. Eso te sucede por andar soñando. A partir de ese momento, a mí me llamarían “El Soñador”.

 

Era el fin, mis dos cometas, quedaron empapadas e inservibles. Felizmente, amablemente, “Cara cortada” me cedió una de las suyas.

Al llegar al lugar, vi una gran concentración de muchachos, entre los cuales, estaban nuestros enemigos tradicionales: los del barrio de la avenida Talara, liderados por su caudillo Raúl, mi encarnizado rival. Yo me puse a recordar el altercado que tuve anteriormente con él, cuando competíamos en las carreras de palitos, en la acequia que bordeaba al parque, por la Av. Salaverry. Fue justamente cuando los palitos ingresaron por el tubo de cemento, debajo de una de las pistas transversales, que a grandes zancadas corrimos al otro lado para ver quién ganaba; cuando Raúl, quien llegó primero, tiró otro palito con su nombre y gritó: ¡gané!

Yo, que me había percatado de la patraña, escupí en el suelo en señal de reto. Inmediatamente, Raúl "pisó la babita" como signo de aceptación. Nos liamos a golpes dentro de un cerco humano integrado por nuestros amigos. En plena bronca, un amigo de Raúl me puso una zancadilla, razón por la cual “Cara cortada” intervino con un hondazo. Segundos después, la pelea se generalizó entre los del barrio de la Av. Garzón y los de la Av. Talara.

Según las reglas de la guerra de cometas, la voz de partida era sólo para tomar altura; luego, a la voz de “fuego”, los contrincantes podían iniciar recién la batalla.

La competencia se desarrolló en tres ruedas eliminatorias. En la primera, entre otros, clasificamos Raúl, “Cara cortada”, y yo; en la segunda, “Cara cortada” fue eliminado. Después de la tercera eliminatoria, solamente quedamos para la final Raúl y yo. A continuación, vendría una lucha dramática: Yo, que había quedado con mi cometa ligeramente averiada, no pude cambiarla porque no contaba con otra.

Cara cortada”, al quedar eliminado, sólo deseaba una cosa: que yo, su amigo Kiko le ganara a Raúl, quien era un tipo malo, que constantemente lo maltrataba y se burlaba de él.

Me puse a pensar cuánto odiaba a Raúl. En todos los malos ratos que éste me había hecho pasar. No podía soportar más aquella letanía. Ya sea apostando en el billar, en el campeonato de sapo o en cualquier otra competencia; tal como sucedía siempre, el triunfante era Raúl. Recordé que dos años atrás, me había humillado en una pelea callejera, dejándome un ojo amoratado. Pero lo que más me exacerbaba, era que el año anterior, mi eterno enemigo se les había declarado, el mismo día, a todas las chicas del barrio. Cuatro lo aceptaron, una de ellas fue “Chelita”, mi amor platónico.

Raúl inició la ronda final con una nueva cometa, lo cual le daba una gran ventaja. Al darse la voz de ataque, el cordel mío estaba muy próximo a la cola “artillada” de la cometa de mi enemigo. Solamente me quedaba embestirlo. Las cometas chocaron y rebotaron haciendo un “8” en el cielo y se enredaron. Al sentir muy tirante mi cordel, solté pita para evitar que se rompiera. Raúl hizo lo mismo y las cometas se precipitaron a tierra.

Nosotros ya no podíamos hacer nada. Sólo atinamos a correr hacia el lugar donde caerían. La que caía primero perdía; no obstante, los cordeles se engancharon en la rama de un árbol y quedaron como dos péndulos. Ganaría la que hubiera quedado más arriba. Era cuestión de centímetros. Pero, en el último instante, se rompió la pita de la cometa de Raúl y cayó al suelo, y gané.

Se escucharon muchos aplausos y una gran ovación de los chicos de la avenida Garzón que festejaron el triunfo.

Al rato, “Cara cortada” me comentaría al oído:

¡Ji, ji, ji! Nadie se dio cuenta que de un increíble hondazo corté el cordel de Raúl.

Muchas gracias, pero prométeme que nunca más harás trampa —le dije.

Lo prometo, ¡Ji, ji, ji!

Luego, abrazados, caminamos un largo trecho por el parque. Los chicos del barrio de la avenida Talara habían desaparecido.

 

Cosas del destino, con el tiempo, mi enemigo Raúl y su hermano Pocho se convertirían en unos de mis mejores y más queridos amigos. Y ambas familias nos mudaríamos al nuevo distrito de Pueblo Libre.

 

Lamentablemente, años después, “Cara cortada” pasaría unos años en la cárcel, enfermaría de tuberculosis y fallecería muy joven.

 

 

La laguna del Campo de Marte, formada por aguas del canal Huatica. Durante la época de mi niñez, ya se encontraba seca, era una oquedad con una superficie plana, ideal para jugar al fútbol, que así lo hacíamos. Posteriormente, construirían en esa parte del parque, un centro deportivo municipal, donde se puede practicar fútbol, tenis y natación. En el interior del recinto se ubican las respectivas federaciones nacionales de tenis y natación.

 

 

Las tribunas del Campo de Marte, cuya construcción se llevó a cabo entre 1935 y 1940, constaban de tres ambientes en forma de torres unidas por una terraza, de tres niveles cada uno. Posteriormente, ante su abandono, y su uso como guarida de indigentes y personas de mal vivir y haber sido declarado en riesgo por Defensa Civil; por su deterioro e inseguridad, fueron demolidas.

 

 

Las tribunas del Campo de Marte, en la Av. La Peruanidad, construidas el año 1903, desde cuando este parque fuera el antiguo Hipódromo de Santa Beatriz. El año 2012, la Municipalidad de Jesús María inició las obras de su demolición, con el fin de construir allí la actual Casa de la Amistad Chino-Peruana.

 

 

PUEBLO LIBRE

 

Mis padres se separaron una vez más, pero esta vez, definitivamente, mi padre se fue a vivir al extranjero; y ya no lo volveríamos a ver durante nueve años. El resto de la familia, quedamos con muy pocos ingresos, consumiendo el patrimonio materno, que consistía en tres bienes inmuebles, en uno de los cuales vivíamos; pero como éramos: mi mamá, mi abuela y cinco hermanos; nuestro presupuesto era alto y llegó el momento en que, después de ir vendiendo uno por uno nuestros inmuebles, ya sólo teníamos la pequeña pensión de militar retirado que mi padre nos dejó y los pocos ingresos que obtenía mi madre como vendedora de cosméticos Evon, luego trabajó como supervisora de ventas de envases de plástico Renaware.

 

Dos años después, cuando nuestra economía ya era apremiante, me cambiaron a una unidad escolar gratuita. A mí, acostumbrado a estudiar en buenos colegios, me costó mucho adaptarme a estudiar en un colegio estatal, en la Unidad Escolar Bartolomé Herrera; aunque en realidad, el nivel educacional de esas instituciones, en aquella época, era muy buena.

 

 

Mi padre, mi hermano Guillermo con sus dos primeros hijos, mi hermano Aldo y mi hermana Giannita, durante su primera comunión el 08/12/1969. Mi papá vino a Lima, tan sólo por una semana.

 

Felizmente, mi hermano mayor ingresó becado al Colegio Militar Leoncio Prado, yo después de estudiar dos años en la unidad escolar Bartolomé Herrera, también ingresé al CMLP. En esta institución tuve muchas vivencias, las cuales no incluiré en estas crónicas, porque ya lo hice en mi novela “Mano Santa y El Soñador”.

Justamente, cuando terminé la secundaria, se acabó el dinero, producto de la venta de la última de nuestras casas.

 

A los 16 años, era cadete del cuarto año, en el CMLP

 

 

El Colegio Militar Leoncio Prado es una institución educativa del Perú que fue creada el 27 de agosto de 1943, mediante Decreto Ley refrendado por el presidente constitucional Manuel Prado Ugarteche

 

 

Mi madre inició un negocio, puso una bodega y fuimos a vivir a una casa alquilada en el distrito de Pueblo Libre; yo era el encargado de abrir, atender en mis horas libres y cerrar la tienda. En esos quehaceres me encontraba, un día de julio del año 1962, en que se estaban realizando las elecciones presidenciales, convocadas por Manuel Prado Ugarteche, y existía una larga cola para votar, en un colegio, al costado de nuestra tienda, cuando ingresó a la tienda un señor, a quien jamás en mi vida había visto, quien me dijo:

Joven, tendría por casualidad un banquito que me pueda prestar, que mi mujer está embarazada y le resulta muy difícil estar parada tanto tiempo.

Por supuesto señor le dije y le proporcioné lo solicitado.

Al rato regresó, me compró una cerveza para esperar que avance la cola y me dijo:

Carajo, es una mierda que ahora las mujeres tengan que votar.

Se quedó mirándome fijamente y agregó:

oiga, ¿usted es pariente de Guillermo Barcelli?, porque es igualito a él, cuando era joven y ambos éramos cadetes.

Sí, soy su hijo, mucho gusto le contesté.

Soy el mayor Cores me respondió.

Luego, el hombre comenzó a contarme muchas hazañas de mi padre de cuando estaban en el ejército.

A tu padre, o “Pipo”, porque así lo llamábamos, porque había en la Escuela Militar un perro que era muy bravo, tal como lo era él.

Y continuó diciendo:

Pero si tu padre me salvó la vida, pues cuando ambos estábamos destacados en Tacna, me enamoré de una mujer y, un día, después de una fuerte discusión, sus hermanos, unos delincuentes contrabandistas me estaban golpeando, cuando casualmente pasaba “Pipo” por el lugar, quien noqueó a uno de los dos hermanos de la chica, luego juntos alejamos al otro.

Me pidió otra cerveza y me siguió contando:

Luego me llevó a la enfermería para que me curaran y me convenció de que la chica que yo enamoraba era una mala mujer. Pensar que yo quería casarme con ella, y era toda una prostituta. Estaré eternamente agradecido con tu padre; como dije me salvó la vida, pero no me refería a los golpes de la paliza, sino de arruinar mi vida con esa mujer.

Luego me contó muchas otras interesantes anécdotas de mi padre, me dijo:

Tu padre era un gran atleta, el mejor jinete de salto con obstáculos, hacer que el caballo realice piruetas, gimnasia del jinete sobre el caballo, recorrido sincronizado por rutas rurales, carrera de caballos y el mejor jugador de polo del país durante su época. Tenía unas muñecas tan anchas y fuertes, que de un puñetazo noqueaba hasta a un burro.

Finalmente, me ofreció un trabajo en el Club de equitación, del Círculo Militar.

Al día siguiente, las noticias indicaban que Haya de la Torre había ganado las elecciones, pero alegando de que el APRA había cometido fraude, una junta militar, presidida por el general Ricardo Pérez Godoy tomó el poder.

 

Mientras tanto, el negocio de mi madre iba mal y quebró pronto. Pasaron varios meses sin poder pagar los alquileres de la casa donde vivíamos, en un momento dado, nos vimos con la vergüenza de ser desalojados, con todas nuestras pertenencias tiradas en la calle. Todos mis amigos nos veían con lástima, y yo quería morirme. Sólo tenía diecisiete años y fue traumático, esto me despertó sentimientos de inseguridad, pero a la larga me fortaleció y me hizo más competitivo y prudente.

 

Por fortuna para nosotros, una “Santa”, la señora Clarita, madre de nuestros mejores amigos, los Zevallos, desde cuando ambas familias vivíamos en Jesús María, se apiadó de nosotros. La señora vivía con sus cuatro hijos en un departamento pequeño, pero nos alojó durante un mes, a todos nosotros que éramos siete contando a mi abuelita. A los tres hombres en el cuarto de servicio, en la azotea, a mi abuelita y mis dos hermanas les dieron un cuarto, el que desocupó la señora quien se acomodó junto con sus dos hijas y, finalmente, mi mamá dormía en el sillón de la sala.

 

Al mes pudimos mudarnos a otro departamento alquilado, que quedaba a solo media cuadra de los Zevallos, en la Av. Juan Pablo Fernandinim, a una cuadra de El Círculo Italiano. En este club deportivo, vi un famoso partido de bochas entre un jugador de 95 años con otro de 90; también pude apreciar muchos partidos de futbol, Tenis, baloncesto y vóleibol; también fui, algunas veces, a la piscina, al comedor donde preparaban unos ravioles muy ricos y a un par de fiestas de año nuevo. En este club, donde la mayoría de los socios tenían apellido italiano, me encontraba frecuentemente con varios miembros de mi familia paterna. Yo no era socio, pero tenía amigos que me invitaban.

 

Av. Juan Pablo Fernandini 1530, Pueblo Libre, Lima, Perú.

 

El Circolo Sportivo Italiano es un Club deportivo que fue fundado en el año 1917, habiendo cumplido sus 100 años de aniversario. Su equipo de fútbol participa actualmente en la Copa Perú. El club también forma parte de la Liga de baloncesto de Lima y la Liga Nacional Superior de Voleibol del Perú. El equipo de fútbol comenzó su participación en la Primera División en 1926, cuando la Federación Peruana de Fútbol empezó a organizar el torneo. Su mejor participación fue en 1929 cuando se ubicó en el segundo lugar del torneo a un punto del campeón, la Federación Universitaria, el actual Universitario de Deportes.”

 

En esta cancha, del Circolo Sportivo Italiano, se jugaron partidos

de Primera División durante los años del 1920.

 

 

Luego de esa funesta experiencia de desalojo, nuestras dos familias, Los Zevallos y los Barcelli, quedarían ligadas fraternalmente, para siempre.

A mí, me gustaba mucho hacerle bromas a la señora Clarita Zevallos. Cuando la veía pasar por la calle, corría detrás de ella, sin que me viera.

¡Señora, esto es un atraco! —le decía.

Ella se hacía la sorprendida, luego reía mucho conmigo celebrando la ocurrencia.

En una ocasión, un delincuente pretendió robarle su cartera. Ella no se percató del asalto y, como estaba apurada, le dijo, creyendo que era yo, sin detenerse:

No me fastidies. ¿No ves que estoy apurada?

El ratero se desconcertó ante la indiferencia de su víctima quien, finalmente fue apoyada por unas vecinas, las que le tiraron macetas e hicieron correr al sorprendido ladrón.

Días después, la señora Clarita, cogiéndose con ambas manos la cabeza, me comentaría:

Pero si yo creí que eras tú, hijo; esta vez, tus bromas me salvaron...

En el futuro, Raúl, el mayor de los hijos de la señora Clarita, sería un personaje muy importante de mi vida y de mi novela: “Mano Santa y el Soñador”. En la cual, él es el personaje “Mano Santa y yo soy el “Soñador”.

 

Raúl Zevallos, más conocido como “Mano Santa”, y “el Soñador”, apelativo que me pusieron porque suelo distraerme con facilidad y ponerme a soñar. Esta foto nos la tomaron cuando ya teníamos más de sesenta años de amistad. Como alguien dijo: “La verdadera hermandad no requiere lazos de sangre”.

 

Con mis cuatro hermanos, yo soy el que está parado, festejábamos el primer año de mi hermana menor, Giannita. Yo tenía 18 años y vivíamos muy cerca de la familia Zevallos.

 

A los 17 años laboré como ayudante de pintor de brocha gorda, luego a los 18 años, acepté el trabajo que me ofreciera el mayor Cores, el amigo y ex compañero de mi padre, para laborar como cobrador del Club Hípico, del Círculo militar. Este club tenía socios militares, de la guardia civil y también muchos civiles; sólo a estos últimos les cobraba yo, a los otros les descontaban directamente de sus planillas, para cobrar a los socios, que vivían por diferentes lugares de Lima, tenía que caminar muchos kilómetros al día; paralelamente, comencé a dar clases de Matemáticas a colegiales; muy pronto aumenté notablemente mi número de alumnos, dándoles preparación para los exámenes a postulantes universitarios. Yo ya había ingresado a la universidad ese año. Paralelamente, mi madre trabajó muy duro e incrementó sus comisiones de ventas y pudimos alquilar un departamento. En ese lugar, vivimos mientras realicé mis estudios universitarios hasta cuando conocí, me enamoré y posteriormente me casé, con mi actual esposa, con quien ya tenemos más de cincuenta años de casados.

 

La Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) era la única que ofrecía todas las facultades de la ingeniería, era gratis y muy buena, existía la Universidad Católica, que sólo ofrecía la rama de ingeniería civil y además era muy cara. Por lo tanto, la UNI era muy cotizada y para postular a ella, había que prepararse en alguna academia para cubrir la diferencia de conocimientos que te proporcionaban los colegios y la exigencia de los exámenes. Un recuerdo muy gracioso fue cuando, un día, estábamos en pleno examen de admisión, en la universidad nacional de ingeniería (UNI), yo me encontraba concentrado en uno de los salones de clases, junto con otros cuarenta postulantes; primero nos repartieron las pruebas, de nervios, sentía un sudor frío, mientras tanto, no podíamos iniciar hasta que dieran la orden, hasta que se escuchó: ¡iniciar! Inmediatamente, el profesor se puso a vigilar el accionar de los muchachos, a ratos, patrullaba caminando por los pasillos entre carpetas y existía un silencio sepulcral. Hasta que, en medio de esa total carencia de ruido, se oyó un tremendo grito:

¡Ayúdame Dios mío!

El lastimoso gemido venía de la carpeta delante a la mía... Era un compañero de la academia, quien después se volvería un gran amigo mío, y así se quedó con la chapa: "ayúdame Dios mío".

 

Como yo soy gangoso y pronunciaba mal la letra “R”, me decían el “Francés”, pero no me molestaba, porque sabía que lo decían con cariño, y no son las palabras las que ofenden, sino las malas intenciones.

 

Me recuerdo saliendo de la biblioteca, en el pabellón principal de la UNI, bajando por las escaleras, dirigiéndome a la facultad de Ingeniería Industrial, ubicada a las orillas de un cerro, a veces elevaba vista, mirando la parte alta del cerro, y allí se leían las pintas de color blanco sobre las rocas: “Viva La Puente y Uceda”, debajo de este mensaje se leía otro: “Viva Hugo Blanco”; eran los guerrilleros más famosos de la época.

 

Para llegar a la facultad tenía que cruzar un área amplia, cubierta de pasto. Allí se encontraban, tirados en el gras, varios muchachos jugando ajedrez. Para obtener un tablero de ajedrez sólo requeríamos solicitarlo en el gimnasio, y dejar en prenda nuestro carnet universitario, el cual era vital para obtener descuento en los pasajes, para sacar libros de la biblioteca y para recibir atención gratuita en el consultorio del dentista de la universidad. Lo malo era que nunca te curaban las muelas (creo que no se daban tiempo), de frente te las sacaban; así perdí muchas piezas dentales que pudieron salvarse. Pero era patético, cada vez que tenía exámenes finales, que se ponderaban con mayor peso que los exámenes parciales y las prácticas, me venía dolor de muelas con dolor de oídos; y tenía que recurrir a este servicio, tampoco tenía dinero para ir a un dentista particular.

 

Dos años antes de terminar mi carrera, ingresé a trabajar en el turno de noche de una fábrica textil; estudiaba de día y trabajaba de noche, cosa que no hacía ninguno de mis condiscípulos, porque el ritmo de estudios era muy fuerte. Tenía un amigo que no se perdía ni una sola clase, y anotaba todo lo que los catedráticos escribían en la pizarra, incluyendo cualquier comentario importante de los maestros; era mi amigo Pericles, quien era tan pobre como yo, tampoco podía comprar libros y teníamos que estudiar con libros prestados por la biblioteca, que muchas veces no conseguíamos, porque se agotaban rápido. Esto lo solucionamos juntándonos con un tercer amigo, Lucho, quien tenía mucho dinero y compraba todos los libros que le pedíamos, con tal de que le ayudáramos a entender las soluciones de los problemas planteados en los textos. Como el trabajo nocturno me quitaba mucho tiempo de descanso, tenía que faltar a muchas de las clases; pero gracias a que mi amigo pobre me prestaba sus anotaciones y a que mi amigo rico me prestaba sus libros, podía mantener el ritmo de estudios. Además, tenía la suerte de que nuestra facultad era la única donde no pasaban lista y no se afectaban las notas por inasistencia. Por eso, mi hermano mayor, que estudiaba ingeniería mecánica, sólo trabaja durante los tres meses de las vacaciones de verano, lo hacía en una fábrica de harina de pescado; lo peor, era que venía apestando terriblemente.

 

La UNI era una buena universidad, además gratuita; sin embargo, en la facultad de Ingeniería Industrial, estudiaba una gran cantidad de “pitucos”, muchos, hijos de dueños de empresas, que venían de los mejores colegios de Lima, un gran porcentaje era del colegio Santa María y otros colegios privados de primer nivel. La UNI tenía varias facultades: Arquitectura, Civiles, Sanitaria, Geología y Minas, Petróleo, Química-Industrial y Mecánico-Electricista. Luego, obedeciendo a las tendencias de la especialización y del mercado profesional, cuando estábamos en segundo año, separaron Química de Industriales; también separaron Mecánicos de Electricistas; más adelante, Ingeniería Eléctrica se separó en dos, Eléctrica de Electrónica; ahora han aumentado varias facultades más. Cada facultad tenía su propia cafetería, pero la nuestra era la que tenía los precios más caros y, como tanto mi amigo Pericles como yo no teníamos ni plata ni tiempo para ir a casa para almorzar, cuando teníamos unas pocas monedas, íbamos al comedor universitario, que sólo costaba un sol, de aquella época; muchas veces, para lograrlo, teníamos que utilizar el dinero para nuestros pasajes de retorno; por lo cual, caminaba más de cincuenta cuadras, desde la UNI hasta Pueblo Libre.

 

En la facultad, en mi promoción, sólo había dos estudiantes mujeres, dentro de un total de aproximadamente sesenta alumnos; una de ellas se casó con un compañero de nuestra promoción y la otra falleció joven, de tal manera que, ninguna ejerció la profesión. Ahora, incluso superan en número las mujeres a los hombres.

 

Como yo era miope, tenía que utilizar unos anteojos con lunas potente; recuerdo que cuando se me rompió una de las lunas, estuve como un año escuchando clases con una caja de fósforos en el lugar de la luna rota, hasta que finalmente ahorré para adquirir una luna nueva. Como durante varios años usé la única casaca verde que tenía, a mí me decían: “el chico de la casaca verde”. Pero nunca me sentí menos que nadie, tampoco superior y, como era muy consultado para explicar los difíciles problemas de Matemáticas, Física y otras ciencias; logré hacer amistad tanto con los “ricachones” como con los “pobretones” que vivían en el “Hogar del Estudiante”, que era donde pernoctaban los provincianos sin recursos para ir a una pensión. Sin embargo, me daba tiempo para jugar ajedrez, billar y juerguear de vez en cuando; pero sin descuidar los estudios.

 

La Universidad Nacional de Ingeniería, es una institución educativa, fue fundada en 1876 por el ingeniero polaco Eduardo de Habich, con la denominación de Escuela Especial de Construcciones Civiles y de Minas del Perú, conocida tradicionalmente como Escuela de Ingeniero y convertida en universidad en 1955 en la UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERIA (UNI). Hoy es el primer y principal centro de formación de ingenieros, arquitectos y científicos de nuestro país.

 

Tanto los chicos Zevallos como los Barcelli, nos integraríamos a los muchachos del barrio de la zona de Pueblo Libre, donde la mayoría fueron mis alumnos de matemáticas, y con quienes creamos el “Club El Pacífico”; para lo cual, utilizábamos como local, para nuestras reuniones, la casa de nuestra amiga Nuri, quien vivía en los altos de nuestro departamento. Ella era hija de Don Genaro Carnero Checa, quien fuera premio nacional de periodismo, y un político de izquierda renombrado. En su departamento, también se reunían ocasionalmente políticos como, el general Pando, Ruiz Endrich, el padre Luna Victoria, Del Prado, Barrantes Lingán, Malpica y muchos otros más. Muchas veces, después de unos tragos y un poco de discusión, se agarraban a trompadas. La esposa de Don Genaro era una exguerrillera española, de armas tomar. Salía con una pistola y hacía correr a todos. Con Don Genaro jugábamos ajedrez, como había estado varias veces preso por motivos políticos, y en la cárcel se juega mucho ajedrez, era un buen jugador.

 

Esos años, fueron de muchas fiestas, bailando mambo, rock and roll, twist y cumbia; idas a la playa cantando, en unos buses que nos iba recogiendo, y mucho cine. Nuestro punto de reunión eran las escaleras de la casa de Nuri. Allí contábamos chistes, cantábamos, y nos hacíamos bromas.

 

Durante esa época yo me juntaba mucho con Javier Valdivia, quien, aunque él estudiaba Arquitectura, también lo hacía en la UNI y, como tenía carro, me llevaba con frecuencia a la universidad. Él tuvo la amabilidad de llevarme a mi primera entrevista de trabajo, en una fábrica textil, en la que fui contratado e inicié toda una carrera textil. Javier también fue él que me presentó a Antonieta, más conocida como Tuqui, con quien me enamoraría. Más adelante, cuando más lo necesitaba, Javier me daría trabajo en su empresa, después me hizo su socio. Si bien, ahora nos comunicamos poco, hasta ahora nos queremos y respetamos mucho. Para mí él tuvo mucho que ver con mi destino, para bien.

 

Un año antes de casarnos el 23/03/1968, ya había pedido

su mano y éramos novios.

 

Javier era primo lejano de Tuqui y se enamoraba con su hermana Elsita, romance que no prosperó, pero durante los primeros días, previos a enamorarnos, salíamos juntos y un día fuimos a la playa de Ancón. Cuando llegamos a la orilla se divisaban unos botes a unos cincuenta metros y yo le dije a Javier: “vamos nadando hasta los botes para impresionarlas como buenos nadadores”. Y lo hicimos, pero llegamos muy cansados, y nos subimos a uno de los botes para descansar y recuperarnos; pero cuando nos dimos cuenta, ellas estaban dando vueltas al bote, nos preguntaron si estábamos bien. Cuando les contestamos que sí, dieron una vuelta más y se regresaron a la orilla, como si nada, sin descansar. Ellas, como buenas mollendinas, eran grandes nadadoras, y nos dejaron en ridículo.

 

Otra experiencia con Javier, por la que le estaré eternamente agradecido, fue cuando me demostró su amistad sincera. Todo comenzó cuando el partido político, el PPC, alquiló el local del que fuera el antiguo cine Florida, donde encargaron a mi madre, militante activa del partido, para que organizara una fiesta y un concurso de baile; pro fondos para la próxima campaña. Colaborábamos con ella, Olguita, una de los hermanos Zevallos, su empleada doméstica, quien era de origen Chipivo, que la señora Clarita había traído de su tierra natal, Loreto; finalmente yo, quien, al final de la fiesta, sería el encargado de bajar y cerrar la puerta plegable con candados. La fiesta fue muy divertida, yo había invitado a mi enamorada Tuqui, a su hermana y a Javier, con quienes bailamos mucho. Yo, simultáneamente, muy animado, hacía sonar un pito, al punto que mis pulmones quedaban agotados. Finalmente, cuando ya quedaba muy poca gente y se hacía tarde, Javier, quien llevó su carro, me dijo: “anda cerrando mientras yo llevo a las chicas a su casa”. Y así fue, pero apenas se fueron, incluyendo mi mamá, Olguita, y su empleada; me quedé con tres personas más. Lamentablemente, esas tres personas era búfalos del partido aprista que, después de que bajé desenrollando la puerta metálica, y viéndome sin apoyo, me atacaron y comenzó una lucha desigual de tres contra uno. Para suerte mía, las chicas vivían muy cerca, Javier las dejó y regresó por mí a los pocos minutos. Cuando Javier se estacionó en la puerta, escuchó mucho ruido de sillas que caían y botellas que se rompían, alertó a las tres mujeres que quedaban en el auto, y entró raudamente por la puerta chica de la reja metálica, atrás de él vinieron las mujeres. Javier vio que tenía un tipo colgado por la espalda de mis hombros, que me cabeceaba constantemente; lo jaló y se trenzó con él, la empleada de Olguita se agarró a golpes con el tercer tipo, ella parecía una experta en lucha libre y le dio una paliza al tipo; además Olguita, se sacó el zapato y simultáneamente iba dándole golpes a los búfalos, quienes salieron corriendo, uno de ellos cayó al suelo y mi mamá me dijo patéalo, pero no pude hacerlo y simplemente le dije “lárgate ya”. En realidad, cuando ingresó Javier al recinto, yo que había estado soplando pito por largo rato, ya casi no tenía aire, llegó justo a tiempo, como “el chapulín colorado”.

 

Antiguo cine Florida, en Pueblo Libre, más conocido como “Floripulgas”.

 

Durante los tres años que me enamoré con Tuqui, la que sería mi esposa, no dejé de ir a visitarla ni un solo día, aparte de estudiar y trabajar. Acostumbrado a ese ritmo, en el futuro, ya no me sería difícil mantener ese nivel de actividad y destacar en el trabajo. También, por eso, sólo tomaría un mes de vacaciones durante toda mi vida laboral como empleado dependiente. Ella era linda tanto exterior como interiormente, además no sólo me enamoré de ella, sino también de toda su bella familia.

 

Almuerzo con los amigos del club El Pacifico, el 09-04-1966. Soy el tipo más alto, entre las dos hermanas Zuzunaga.

 

 

Cuando terminé mis estudios de Ingeniería Industrial, mis jefes, me doblaron el sueldo, y me quedaría allí dos años más. Al enterarme de mi nueva remuneración, pedí la mano de mi esposa. Al año siguiente, después de tres años de enamorados, nos casaríamos con mucho amor, pero poco dinero.

A partir de ese momento, me convertiría en un hijo más para mis suegros y en otro hermano para mis cuñados. Ésta, es la historia de los Barcelli Gómez; pero la historia de la familia de Tuqui, los Zuzunaga Cornejo, es hermosa y ejemplar; que merece tener su propia narración.

 

Recibiendo mi título de Bachiller en Ingeniería Industrial. Nunca hice ni necesité hacer tesis de grado, pues las empresas privadas no lo exigían; y yo me concentré en el trabajo y hacer varios post-grados.

 

Tres meses antes de nuestro matrimonio, El general Velasco Alvarado, hizo un golpe de estado y declaró un gobierno comunista. Muchos de nuestros familiares nos decían: “están locos… siempre piensan casarse”. Pero, nosotros todavía creíamos que nuestros mayores y las autoridades, tenían todo bajo control, y nuestro amor no veía obstáculos.

Sin embargo, dicho gobierno fue dictatorial y desastroso. No puso ningún ministro civil, sólo militares.

Fomentaron el desplazamiento de la población rural a la ciudad de Lima, originando las invasiones de terrenos incrementándose nuevos asentamientos humanos.

Practicaron un discurso de confrontación de clases, generando revanchismo y a la larga el terrorismo que llegó pocos años después.

 

 

Gobierno Militar (1968 – 1979)

 

Dicho gobierno hizo una Reforma Agraria, expropió las grandes haciendas azucareras y algodoneras, entregándoles a cambio unos “Bonos Agrarios”, que nunca se pudieron hacer efectivos. Convirtió todas estas empresas en cooperativas y todas, mal administradas quebraron.

Estatizaron más de cien empresas, las que ellos consideraron estratégicas, y les dieron protección arancelaria a sus productos, agudizando el subdesarrollo del país. Todas ellas, hacían pérdidas, que teníamos que subvencionar.

Crearon la “Comunidad Industrial”, generando una fuga de las inversiones y consecuentes pérdidas de puestos de trabajo. Iniciaron una política armamentista, que nos llevó a un endeudamiento de más de 20,000 millones de dólares.

 

Nuestro matrimonio en enero de 1969, en la Iglesia Virgen del Pilar.

 

Mi esposa Antonieta, es una gran mujer, que hasta ahora me acompaña, con ella tenemos tres hijos y siete nietos, cada cual más hermoso, que nos trajeron mucha felicidad y alegría.

Desde que nos casamos, a nivel de parejas, nos hicimos muy amigos de dos compañeros de trabajo y sus esposas. Nuestra relación es desde aquella época, como de hermanos. Ellos son los Corsano y los Stojnic. No fueron los únicos, otros ya no están con nosotros, pero pasamos lindos momentos, como en familia. Existen amigos como familia y familiares tan cercanos como amigos; aunque puede haber familiares enemigos, pero a los amigos, los escoges, los cultivas y los mantienes. Siempre estuvieron cerca de nosotros los Alegría, Corsano, Daneri, Ojeda, Picón, Stojnic, Silva Santisteban, Valdivia, los Zevallos y otros (en orden alfabético). Enrique Picón es padrino del primero de mis hijos y Coco Corsano padrino del segundo.

Con los Corsano, tan bailarines como nosotros, hemos festejado siempre el año nuevo juntos; excepto, cuando alguna de las parejas viajó al extranjero y durante los años de pandemia.

Con los Stojnic somos tan amigos como con los Corsano, pero como Giorgio tiene dos pies izquierdos, el generalmente no festeja bailando.

Con ellos jugaríamos con las cartas muy seguido, canasta, golpe, mona, telefunken, buraco, etc; hasta que aprendimos a jugar bridge; a partir de ese momento ya sólo queríamos jugar este maravilloso juego.

 

Mis eternos amigos, los Corsano y los Stojnic; acompañándonos

en nuestras bodas de oro.

 

Al año siguiente de casados, nació nuestro primer hijo. Recuerdo mucho ese día, el 13 de enero de 1970, cuando nació mi primogénito; pues ese día, llovió como nunca más volvería a ver, abundante y prolongado, durante más de 24 horas. La ciudad no estaba preparada para semejante lluvia, hubo muchos daños en las casas de Lima. Mi esposa había dado a luz en la Clínica Delgado de Miraflores, que era muy buena, aunque muy antigua, pero felizmente ella estaba en una habitación en un pabellón nuevo, porque las partes antiguas se anegaron y tuvieron que trasladar varias camas a los pasadizos del pabellón nuevo.

 

Antigua Clínica Delgado de Miraflores. Era majestuosa, tenía unos pasillos con losetas españolas, y los frisos y molduras tallados. Años después, en ese lugar, construirían la Clínica Delgado Auna, la clínica más moderna del Perú.

 

Cuando nos trajeron a nuestro bebé, recién nacido, al cuarto, en ese momento pensé: “A este niño tendré que alimentarlo todos los días, darle atención médica, educarlo, vestirlo y darle una buena vivienda; que miedo, no podrá faltarme el dinero, no quiero que pase por lo que yo pasé”, esto solo me empujó a esmerarme más, a capacitarme más; y muy pronto recuperaría la confianza y mejoraría notablemente mis ingresos.

 

El 5 de diciembre del mismo año, en la misma clínica, nació nuestro segundo hijo. Luego, tres años más tarde, cuando ya había cambiado de empleo y vivíamos en la ciudad de Arequipa, nació nuestra tercera y última hija. Unos bellos tiempos aquellos, toda la vida era más lenta en provincia, tanto en el trabajo como en los quehaceres personales. Nadie se quedaba fuera de hora en la oficina, todo quedaba cerca y había mucho tiempo para estar con la familia; fácilmente se organizaba un paseo al campo, pues teníamos la campiña muy próxima; finalmente, el costo de vida era menor y pudimos ahorrar un poco de dinero, con el que luego construiríamos una casa en Lima, en el distrito de Surco, y nos mudaríamos a ella.

 

Mi esposa y mis tres hijos.

 

 

SURCO, Y LAS SIETE PESTES DE EGIPTO

 

Mis padres se separaron, pero yo jamás me atreví a juzgarlos, sin embargo, existía un resentimiento muy profundo entre ellos. El mayor de mis hijos tenía la misma edad que yo, cuando se fue del país mi padre, en el momento que éste reapareció. El abuelo se acababa de jubilar en los EE.UU. y regresó al Perú para pasar el resto de su vida en su tierra, pero vino con su ya no tan nueva pareja. Ambos podrían cobrar sus pensiones desde Lima y vivir con holgura, además contaban con algún dinero ahorrado. Inicialmente, durante un no tan corto tiempo, mientras encontraban una vivienda apropiada, se alojaron provisionalmente en mi casa. Esto le ocasionó a mi madre un gran disgusto.

¿Cómo puedes alojar a esa mujer en tu casa? — me dijo.

Pero mamá, si ella conoció a mi padre mucho tiempo después de que ustedes terminaran su relación.

Casi me quita el habla y tuvo que pasar un buen tiempo para que ella asimilara el asunto.

Le expliqué que yo quería gozar con la presencia de ambos durante las navidades, los cumpleaños y también otros momentos, tanto buenos como malos o difíciles; que también sería bueno para sus nietos.... después de muchos intentos, y de que mi madrasta falleciera, logré que se perdonaran y se convirtieran en amigos. Luego, todos en la familia pudimos gozar con la presencia de ambos, durante sus últimos años, buenos momentos, hasta sus muertes. El perdón logra maravillas.

 

Paralelamente, tuvimos otro conflicto, mi padre también trajo consigo una perra “Dóberman” y nosotros teníamos una “Pastor Alemán”, muy cariñosa, pero también muy celosa; sin embargo, este lío duro poco, pues se hicieron muy amigas, la Dóberman ya era viejita y jamás había ladrado en su vida. Nuestra perra le enseñó y la veterana comenzó a ladrar.

 

Años después, tendríamos la satisfacción, de contar con la compañía de ambos, durante muchos cumpleaños, graduaciones, navidades y matrimonios de nuestros hijos.

 

Años después, mi madre, parada, y mi padre, sentado, acompañándonos durante el matrimonio de nuestro hijo Kiko.

 

 

Y vinieron los 80 y los 90, años en los que, el país y nuestra familia, recibió las siete pestes de Egipto: llegó la hiperinflación y la violencia. Con los discursos confrontacionales, del gobierno comunista, del general Velazco, se inició el envenenamiento de los cerebros de muchos peruanos. Por la violencia, murieron más de veinte mil personas y quedaron muchos hogares desintegrados. Los campesinos abandonaron el campo huyendo a las ciudades y la pobreza se incrementó. Los barrios pobres en las ciudades aumentaron y, al final, el terrorismo también llegó allí, intentando romper el orden social.

Durante esos años tuvimos como presidentes, primero a Fernando Belaúnde y, luego, Álan García.

 

El presidente Belaúnde Terry (1980-1985), tuvo mala suerte con el fenómeno del Niño que causó una caída del 13% del PBI; el Conflicto con el Ecuador en el “falso Paquisha”; la crisis de la Embajada del Perú en Cuba (1980) y el apoyo a la Argentina en la Guerra de las Malvinas.”

 

El gobierno entró en mora con el pago de la deuda externa; la deuda creció de 9,595 millones de dólares a 13,794 millones de dólares en 1985; el gobierno dejó al país en una profunda crisis económica, pues la inflación de su periodo fue 150%. Pero, básicamente, sus principales errores fueron: primero, no modificar todas las malas políticas de estatización del gobierno anterior; segundo, no reconocer la presencia del inicio del terrorismo, camuflando sus acciones como si fueran actos de abigeos.

 

 

El gobierno de Alan García 1985-1990 adopta una serie de medidas impulsando una política heterodoxa y pretendió hacer lo que ni Velazco se atrevió: estatizar los bancos. Tuvo cinco ministros de Economía, pero ninguno logró resultados positivos.

La inflación desbordó, 2’178,482 %. Las consecuencias de la inflación trajeron más pobreza al país, se devaluaron y desaparecieron dos monedas (cambio del sol por el inti, luego el cambio del inti por el inti millón), y muchos otros desastres económicos. Se crearon dos valores diferenciados del dólar: el dólar MUC y el dólar financiero.”

 

Lamentablemente, la terrible inflación empobreció y afectó más a la clase proletaria que a cualquier otra, se hizo común el trueque de mercancías ya que los billetes que se tenían en la mañana perdían su valor adquisitivo en la tarde.

 

También fijaron control de los precios de productos elaborados, de tal manera, los productos que vendías, ya no podrías renovarlos porque, al día siguiente, lo cobrado ya no alcanzaba ni para adquirir la materia prima.

El no pago de la deuda externa a los órganos financieros internacionales, condujo a la pérdida de credibilidad del país, produciendo un efecto negativo en el otorgamiento de préstamos para la ejecución de proyectos de desarrollo del país.

 

Los terrucos” hicieron mucha destrucción y crearon daño y dolor. Pensar que yo mismo y varios de mis amigos fuimos víctimas de sus actos demenciales. Ojalá que las futuras generaciones nunca más tengan que vivir tales situaciones. Vivíamos con constantes cortes eléctricos y explotaban con frecuencia terribles coches bomba dejando estelas de muerte y destrucción. Se había iniciado el terrorismo propiciado por las agrupaciones extremistas “Sendero Luminoso” y el “MRTA”.

 

En el país se vivía un estado de guerra interna: El Ejército, en ocasiones, reemplazaba a la Guardia Civil, se implementaron rondas campesinas, toques de queda y eventualmente se suspendieron las garantías.

 

Para colmo de males, el país entró en hiperinflación, enfermé gravemente con un problema cardiovascular cerebral, y mi negocio entró en pérdida.

 

En aquella época yo pensaba: “No quiero que mis hijos tengan que pasar por las mismas dificultades económicas que yo viví. Estaba espantado al pensar que podría ya no estar allí para protegerlos.”

 

Otra anécdota que, aunque ya la conté en mi novela anterior, por ser parte de nuestra historia familiar, la incluyo a continuación:

Por aquellos días, falleció mi suegro, quien antes de morir le dijo a Nancho, su único hijo hombre: “Si me pasa algo infausto, mi automóvil es para tu hermana Tuqui.”

Un par de semanas después, Nancho vino a nuestra casa y le dijo a su hermana, mi esposa:

Tuqui, he traído el auto de papá, ahora es tuyo, esa fue su última voluntad.

El vehículo era de color verde, no desarrollaba mucha velocidad, tenía dificultades para realizar los cambios y su timón giraba con muy poco radio de acción. Por lo demás, para sus años, estaba bastante bien.

Nancho, aprovechó para contarnos:

En una oportunidad, cuando mi padre todavía vivía y era el dueño del carro, mis padres se fueron de viaje. Mi padre previamente me dijo:

El auto sólo lo sacas en caso de emergencia. Además, tú tienes tu propio auto.

Un día, mientras mis papis todavía estaban de viaje, mi carro no arrancó y yo tenía que ir a la universidad. Creí que era un caso de emergencia, lamentablemente, lo saqué y en el camino se incendió parte del motor.

Conociendo lo estricto que era mi padre me pasé tres noches cambiando toda la cablería, la batería y le adapté un carburador, pues ya no había repuestos.

Finalmente pude ir a recoger a mis papis al aeropuerto. En el camino de regreso a casa tuve que contarle lo sucedido a mi papi. Me dijo que no se notaba que se había incendiado, que no me preocupara, y al fin pude respirar tranquilo… y dormir.

 

Tuqui y yo, teníamos otro carro; pero, como estábamos pasando dificultades económicas, nos vimos en la necesidad de venderlo y nos quedamos únicamente con el heredado. Yo iba a trabajar en el automóvil, al que, por su aspecto, mis compañeros de labores lo bautizaron con el nombre de “El Avispón Verde”.

Con el tiempo, “El Avispón Verde” envejecía cada vez más. No obstante, nos resistíamos a venderlo; pues, para nosotros, constituía todo un símbolo; aunque, por causa suya, yo era víctima de continuas bromas.

En la empresa, a los carros del personal les pusieron radio-comunicadores. En cierta oportunidad, se recibió una llamada de un compañero de trabajo pidiendo ayuda; se le había bajado la llanta y no llevaba otra de repuesto. yo acudí con “El Avispón Verde” provisto de un inflador y pudimos resolver la emergencia. Al día siguiente, todos comentaban en tono de chanza:

—“El Avispón Verde” salió al rescate.

En otra ocasión, estando yo en mi oficina escuchamos un estruendo. Todo volaba por los aires. Por una fracción de segundo quedé aturdido, sin atinar a nada. Luego, escuché un grito: “¡Cuidado! ¡Terroristas!”.

Asustado, salí para ver qué sucedía. Todo era un caos: unos lloraban; otros permanecían como mudos; todas las cosas regadas y destrozadas. Sentí como si tuviera mil clavos dentro de mis oídos y una necesidad angustiosa de huir de ese manicomio. No tuve que abrir la puerta, pues, ésta había sido arrancada de cuajo por la explosión. Todas las lunas del edificio estaban rotas, y la calle, llena de escombros. Los pedazos de vidrio seguían cayendo y uno de ellos me hirió en el hombro. Vi a dos personas heridas que eran atendidas por los bomberos, quienes no pudieron salvarlos de la muerte. Uno de ellos era el terrorista que había colocado el “triciclo bomba” y que no pudo escapar a tiempo y, el otro, un desconocido.

Todo había sucedido al lado de la oficina, donde funcionaba una playa de estacionamiento. Recordé que el “Avispón Verde” estaba estacionado allí y corrí a verlo. Varios carros se veían muy dañados, pero al “Avispón Verde” sólo se le había desencajado la luna delantera —no se había roto—. La onda expansiva lo había desplazado cerca de treinta centímetros del lugar donde estaba aparcado; sin embargo, se dio el lujo de servir de ambulancia y, cosa rara, lo pude arrancar al primer intento, algo que hasta entonces no había logrado en circunstancias normales.

El Avispón Verde” no sólo sobrevivió al atentado, también a un choque, cuando lo conducía mi hijo de Antonio, quien, una vez que adquirí otro carro, nos compró el “Avispón Verde”

El Avispón Verde”, ya tenía un cuarto de siglo rodando, cuando Antonio lo vendió. Habían pasado un par de años y, de vez en cuando, todavía lo veíamos pasar con su nuevo dueño, resistiéndose tercamente a sucumbir.

 

El “avispón verde” al lado de unos niños, mis hijos. El menor (echado) es Toño, quien lo manejaría y chocaría 20 años después. Yo soy el flaco que está parado al costado de ellos. Por supuesto, el avispón es el Ford Taunus 12m color verde claro, que fue el protagonista de este cuento; el VW celeste que está al lado del avispón verde era de propiedad de mi cuñada.

 

 

SAN MIGUEL

 

Alberto Fujimori ganó las elecciones de 1990 afirmando que “no aplicaría un shock económico”, pero, apenas diez días después de asumir el gobierno, aplicó la medida en nombre de "la estabilización de la economía” La política económica de Fujimori, tenía una orientación neo liberal y de libre mercado.

Si bien llegó a estabilizar la vida económica y permitió la reinversión del Perú en el sistema financiero internacional, llevó a la privatización de las Empresas Públicas que eran consideradas ineficientes, quedando en mano de Empresas Extranjeras, las cuales reciben numerosos beneficios como estar libres de impuestos, además de suprimirse algunos requisitos legales para la inversión.

También ocasionó despidos masivos de trabajadores y empleados públicos, así como la supresión de las protecciones a la ineficiente industria nacional y con la apertura de las importaciones de manufacturas, llevo a la quiebra y cierre de varias industrias ya golpeadas por los años de la crisis económica.

 

Alberto Fujimori y Juan Carlos Hurtado Miller, quien fuera el Presidente del Consejos de Ministros y Ministro de Economía durante su primer gobierno, y el encargado de anunciar el "Fujishock", terminó su mensaje diciendo: “Que Dios nos ayude”. Las medidas fueron:

1. Aumento del precio de petróleo y derivados, en una proporción de 30 veces.

2. Retiro de los controles que congelaban artificialmente los precios, así como del estímulo de los subsidios, con lo cual se produce el llamado sinceramiento de la economía, el país regresa a una economía de mercado.

3. Eliminación del dólar MUC, ya no hay cotización oficial para la moneda extranjera desaparecen los tipos de cambios diferenciales, el dólar se cotiza libremente.

4. Apertura de la importación, para lo cual se uniformalizan los aranceles con tasas entre 10 y el 50%.

5. Reinserción del Perú en la comunidad financiera internacional. Como consecuencia del paquetazo, la inflación llegó a 400% en el mes de agosto, y declina en setiembre a un14%.

6. Se establece como Unidad Monetaria del Perú el “Nuevo Sol”. La relación entre el “Inti” y el “Nuevo Sol” será un millón de Intis por cada “Nuevo Sol” (año 1991).

También se toman una serie de medidas para luchar contra el terrorismo.”

Mi negocio quebró y a pesar de que mi esposa me ayudó mucho, tanto manejando la contabilidad de nuestra empresa, como haciendo movilidad escolar, tuvimos que vender nuestra casa para pagar nuestras deudas, sin embargo, compramos una más chica en el distrito de San Miguel; me hicieron tres craneotomías, pero superé mi enfermedad; finalmente, Javier Valdivia, mi gran amigo del barrio me contrató, para trabajar con él, después de unos meses me hizo su socio, máxime que mi hijo mayor ya trabajaba y nos ayudó económicamente en los momentos más difíciles. A pesar de nuestras dificultades, nuestro hijo, Kiko Jr., ya había terminado sus estudios.

 

Graduación de nuestro hijo Kiko Jr., año 1991, con el primer puesto, a los veintiún años, con el mejor promedio de todos los tiempos, en Ingeniería Industrial de la Universidad Católica. Esto fue al año siguiente del Fujishock.

 

Dos años después, luego de que superáramos muchos problemas, terminaría nuestro hijo Toño.

Graduación de mi hijo Antonio (Toño), a los veintidós años, en la facultad de Ingeniería Civil, de la Universidad Ricardo Palma, marzo de 1993.

 

Tres años después, el año 1996, al fin, mis tres hijos terminaron sus estudios universitarios y, cuando se graduó la última de mis hijos, tiramos la casa por la ventana y festejamos a lo grande; pues, mi esposa y yo, a pesar de las adversidades, habíamos cumplido, nuestros tres hijos ya eran ingenieros.

 

Esa chiquilla que cuando cumplió 15 años, no pidió una fiesta, sólo quería un radio para escuchar música mientras estudiaba. Ahora, había salido adelante.

 

A la izquierda, la graduación de la última de nuestros hijos, de Fiorella, el año 1996. A la derecha, Fiorella, en la clausura de su colegio, cuando terminó su secundaria, con nosotros, sus padres. Yo rapado y con un parche, al costado de mi oreja derecha, pocos días después de mi tercera operación.

 

Luego, poco a poco, pero muy pronto, se fueron casando mis tres hijos; y nos quedamos los dos papás solos.

 

Nuevamente, el aspecto económico tomó importancia en mi vida, pero ya no en la búsqueda de un estándar económico mejor, sino para comprar mi tiempo.

Después de mis problemas de salud, me percaté de lo frágiles que somos los humanos.

¡Qué estúpidos!, vivimos como si fuéramos eternos! —pensé—.

Ya no quiero trabajar, ahora quiero dedicarme a lo que me dicte mi consciencia. No es que odie el trabajo; dichoso aquel que lo tenga, que lo cuide y lo disfrute. Pero el caso es que yo ya no quiero alcanzar metas materiales; tampoco, sociales. Más bien quiero adoptar ideales.

Soy consciente de que los principales problemas de la humanidad (la drogadicción, la discriminación, la violencia, los problemas ecológicos, la corrupción, la pobreza) tienen su origen en la "crisis moral", en la ausencia de valores. La única solución es la recuperación de ellos —pensé.

Quisiera contribuir en algo a cambiar este mundo desquiciado —seguí pensando—, escribir respecto de valores morales, principios e ideales; tratar de que éstos trasciendan al prójimo y lo doten de luz.

En el folleto de una asociación cultural, leí: "No es suficiente el saber intelectual o contemplativo; es necesario vivir lo que se aprende y aprender de lo que se vive." Yo le agregaría: “también trasmitir lo que se aprende”

Adopté dicho pensamiento y lo llevé al estilo vivencial. Quise practicar fielmente todo aquello que pensara o escribiera, capacitarme más en los temas vinculados a la conducta humana; ello requería de mi valioso tiempo.

Mi nueva actividad no tendría réditos económicos. El primer paso fue conversar con mi esposa para, juntos, elaborar un presupuesto reducido. La comprensión y el apoyo de ella fueron fundamentales. Apenas se graduó mi hija, mis ingresos los reduje a la tercera parte, pero ahora contaba con mi ansiado tiempo. Días después, compré algunos libros y me matriculé en cursos de Filosofía, Psicología, Ética, Literatura, Sociología, etc.

Asumí una actitud consecuente con respecto a mis conocimientos. Me dejé crecer la barba como símbolo de independencia, revelándome del sistema social del mundo actual. Me despojé del reloj para liberarme de la vida angustiosa y desenfrenada y le declaré la guerra al teléfono para recuperar mi intimidad.

Pero mi postura no era la de un rebelde sin causa. Yo tenía un móvil digno: dejar un legado de conocimientos que pudiera ser instrumento útil a otras personas, básicamente a los jóvenes. Mi nuera estaba embarazada; ya me aproximaba a ser abuelo y mi futura nieta sería una de las herederas de los conocimientos que yo pudiera recopilar.

 

Foto después de un año de declararme “rebelde con causa”.

Mi mujer estuvo de acuerdo y amorosamente me apoyó. Y me convertí en un rebelde, no por tener mucho, sino por necesitar muy poco. Convertirme en un rebelde con causa me dio la oportunidad de darme un tiempo para leer, escribir, caminar, holgazanear y ser más feliz. José Narosky dijo: “No necesitar dinero requiere más talento que ganarlo”.

Yo primero trabajé y me esforcé mucho para proveer a mi familia. Luego, seguí los pasos de mi suegro, quien cuando sintió que ya había cumplido con sus hijos, se dio el gusto de hacer los viajes que tanto había soñado.

 

Me retiré del trabajo y me dediqué mucho a la lectura, a estudiar Filosofía, a escribir, a jugar bochas, ajedrez, bridge y vóley; estas dos últimas actividades las compartíamos con Tuqui. También nos gustaba mucho bailar; por lo cual, teníamos una buena colección de la música que nos gustaba y bailábamos, tanto solos en casa, como en fiestas con familiares y amigos. Pero, sobre todo, por aquella época, me dio por escribir. Durante esos años, fueron muchos los acontecimientos que nos pasaron, que ya no requiero contarlos ni detallarlos, porque la mayoría de ellos, en aquella época, tuve tiempo para narrarlos y los incluí en mi novela “Mano Santa y el Soñador”. También escribí muchas reflexiones, que distribuí entre mis familiares y amigos.

A “Mano Santa”, le habían adjudicado dicho apelativo por su participación en un suceso famoso, que se publicó en todos los diarios de Lima. Fue cuando por una "palomillada", su madre lo reprendió severamente. Como venganza y aprovechando que ella había salido a comprar a la bodega de la esquina, Mano Santa, que se encontraba en la cocina, cogió grasa de una sartén, se encaramó a la ventana que daba al patio y garabateó una de las lunas con los dedos llenos de grasa. Su intención era dibujar la imagen de su madre. A continuación, apagó la luz y se fue a dormir. Al rato, la mamá regresó, prendió la luz de la cocina y se dirigió al patio y quedó atónita: creyó ver la imagen de un “Cristo” sobre la pared del patio, pero sólo era la proyección de la luz de la cocina sobre la luna garabateada. Los periodistas dictaminaron: “milagro”.

Luego sería actor de varios acontecimientos más, a los que sus familiares y amigos lo atribuyeron como milagros, por ejemplo, las siguientess experiencia:

Raúl, ya popularmente conocido como “Mano Santa”, tenía un carro Ford Taunus 12m, mellizo como el que habíamos heredado de mi suegro, al que mis amigos lo denominaban de chacota “Avispón Verde”, de la misma marca, modelo y año; pero el de él era color azul. En una oportunidad, “Mano Santa”, durante la época del “toque de queda” del gobierno del general Velazco, salía de un compromiso y, fraternalmente como siempre, él se dispuso a llevar en su auto a cinco amigos a sus casas.

Era cerca de la hora límite y durante el camino se les pasó la hora. Como Raúl se había tomado varios tragos, no estaba muy alerta cuando, primero sonó el pito de un soldado y luego, segundos después, se escuchó el disparo de un fusil.

Eran seis los cuerpos dentro del carro, la bala entró en diagonal por la luna posterior cruzando a través de las seis cabezas, hasta chocar con el marco metálico del cortaviento del lado izquierdo, de donde rebotó y cayó sobre el muslo de Raúl, produciéndole una pequeña quemadura; pero analizando las probabilidades, fue un milagro que no hubiera ningún herido de grado mayor. “Mano Santa” siempre tan arriesgado, pero también milagroso.

Otra anécdota: yo nunca juro, pero tampoco miento; créanme, fui testigo presencial, yo lo viví y fue real: un día, los hermanos Barcelli retamos a los hermanos Zevallos a jugarl sapo, para lo cual, fuimos a Magdalena, al restaurant “El Molino”. Los perdedores pagarían la cuenta, pedimos un par de fuentes grandes de piqueo y seis cervezas.

Pocho, el menor de los Zevallos, inició la competencia. Tiró la mayoría de las fichas a cajonear, pues si las dirigía al sapo, rebotaban y salían fuera, sólo entraron algunas fichas de poco puntaje y obtuvo pocos puntos; luego jugué yo, logrando un puntaje no muy alto, pero superior al de Pocho, de tal manera, los Barcelli íbamos ganando y comenzamos con las “cachitas”.

Le tocaba el turno a Raúl, mejor dicho “Mano Santa”, tiró la primera ficha, e hizo sapo; tiró la segunda y nuevo sapo; antes de tirar la tercera ficha dijo: “los Barcelli no pueden con los Zevallos”, se volteó y de espaldas tiró la tercera ficha que, increíblemente, hizo sapo.

Todavía le quedaban a Raúl siete fichas y luego le tocaría a mi hermano Guillermo, pero él dijo: “basta… nosotros pagamos todo”. Yo considero que la probabilidad de que alguien haga esto es de una en mil millones.

Raúl, estudió medicina en Argentina, regresó al Perú y se asimiló al ejército. Allí se especializó en Medicina Física y Rehabilitación, trabajó hasta que llegó al grado de coronel y pasó al retiro. Los Barcelli teníamos otros amigos, los hermanos Cueva, tan antiguos como los Zevallos, también del barrio de Jesús María, incluso vivían al frente a nuestra casa, en la Av. Talara.

Eduardo, el mayor de los Cueva, también estudió medicina, luego se asimiló a la sanidad de la guardia civil, se especializó en Neurocirugía, llegando a obtener el grado de General, fue Director del Hospital de Policía de Lima, finalmente Jefe General de la Sanidad de la Guardia Civil.

En la época del terrorismo, él era coronel y jefe de Neurología del Hospital, debido a la gran cantidad de disparos en la cabeza que recibieron muchos policías, para robarles sus pistolas, dicho hospital adquirió mucha experiencia en problemas cerebrales y tenían el mejor equipo del Perú para ello.

Cuando yo tuve problemas arterio-vasculares en el cerebro, recurrí a él. Su hospital era el único que tenía el equipo para hacer angiografías digitales computarizadas (todavía no existía en Perú resonancia magnética), yo no tenía acceso al hospital, pero Eduardo Cueva me hizo ingresar y logré hacerme la angiografía, en base a la cual me operó en una clínica particular.

En realidad, yo junté en un solo personaje, denominado "Mano Santa", a dos amigos: Raúl quien salvó a toda mi familia, cuando nos desalojaron y quedamos en la calle; y a Eduardo, quien me dio acceso al equipo del Hospital de Policía y me realizó una operación (craneotomía), que me salvó la vida.

Las novelas permiten utilizar un porcentaje de fantasía para amenizar la narrativa. Curiosamente, Eduardo también salvó la vida del hijo de Pocho Zevallos, o sea al sobrino de Raúl.

 

Certificado de INDECOPI de Derecho de Autor de la novela

Mano Santa y el Soñador

 

 

Todos los años, yo participaba de las olimpiadas, que organizaba la Asociación de Exalumnos del CMLP, lo hacía en el rublo cultural, concretamente, en los concursos de cuento y de poesía, proporcionando varios triunfos para mi Promoción (la XV).

 

Diploma, por haber obtenido el 1er puesto en narrativa

en los juegos de exalumnos del CMLP, el año 2011.

 

 

En varias oportunidades, participé en concursos de cuento o de poesía, de distintas entidades, y de diferentes países, logrando varias veces, clasificar entre los primeros puestos.

 

Diploma por ocupar el primer lugar, en el concurso internacional de cuento, de la editora Giraldo, en San Paulo, durante el año 2004, con el cuento

Matándonos para vivir”.

 

 

 

Resultado como finalista en el concurso internacional de cuentos

El Escriba”, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, con el cuento

El pescadito fuiste tú”.

 

La historia que narraré a continuación, ya la he contado en anteriores oportunidades, pero como se trata de una persona tan querida y de una situación tan sensible para mi familia, paso a contarla:

 

Mi Mamama murió el año 1995, ese día terminó una historia de amor de más de cincuenta años, cuando yo nací ya estaba a mi lado mi Mamama, como le decíamos de cariño a mi abuelita materna.

Ella tenía una relación mucho más cariñosa de la que normalmente existe entre abuelos y nietos, debido a que vivimos con ella mientras fuimos solteros, siempre fue un polo de unión familiar, símbolo de amor y de cariño.

No solo fue la abuelita de la familia, sino también de los amigos de la familia, siempre preocupada, atenta y servicial, ya sea con su hija, nietos, bisnietos, tataranietos, los cónyuges y amigos de éstos.

También fue símbolo de vitalidad, nos sirvió durante casi sus noventa y nueve años, como era súper-activa, para sentirse útil durante los últimos años limitada físicamente para otros menesteres, elaboraba pequeños trabajos manuales que nos obsequiaba con justificado orgullo, porque eran objetos verdaderamente útiles y bonitos.

Hasta casi las últimas semanas de su vida, se levantó sola para ir al baño, comía sin limitaciones, leía el periódico, no oía al cien por ciento, pero hablándole con vos alta mantenía muy bien cualquier conversación, recordando perfectamente incluso pasajes de su niñez.

Todos nos deleitábamos cuando nos contaba de la antigua Lima, de la Lima cuadrada, cuando cada cuadra de una misma avenida tenía un nombre diferente, todas las casas residenciales tenían caballeriza, el sistema de iluminación era a gas, la gente se transportaba a caballo o carretas, generalmente detrás de cada casa pasaba una acequia a modo de desagüe, se usaba el cuello duro, el sombrero de tarro, los escarpines y la levita.

Durante sus últimos años, se esforzó más en contarnos sobre nuestros antepasados, como para poder legarnos la historia de una época mejor, sin hiperinflación, súper-contaminación, congestión de tráfico vehicular, escasez de tiempo, ambulantes y otros males de nuestros tiempos.

Sus nietas, constantemente le regalaban colonia para que usara en su aseo personal, pero como generalmente le sobraba, me obsequiaba sus excedentes. Mi Mamá se molestaba y le decía: “Para qué le das esa colonia, si no es para hombres”. Sin embargo, yo la usaba, las primeras veces para que mi Mamama se pusiera contenta, luego lo hacía cabalísticamente, finalmente me sentía desprotegido cuando no usaba la colonia que ella me obsequiaba.

Mamama, ahora que no estas más, quiero decirte:

 

Revientan en mi mente miles de imágenes y pensamientos, cada cual más tierno y cariñoso, llenos de actitudes puras y cristalinas, también un sentimiento de consuelo y tranquilidad, al saber que ahora gozas de paz y descanso eterno.

Con gran nostalgia, muchísimas son las cosas que de ti puedo recordar, siempre tuve que mostrarte mis logros a modo de testigo y jurado máximo de mis actos, hasta ahora había logrado ser bueno, bonito e inteligente, ¿Ahora quién me calificará con tanta benevolencia?

Ambos sabíamos que cuando me regalabas agua de colonia, ésta era agua bendita: ahora el puñado de tus cenizas que acabo de echar en mi jardín será el polvo mágico que protegerá mi hogar y tu recuerdo mi mejor compañía.

¡Mamama, Mamama, Mamama! Es una palabra que me sale del alma y recorre todas mis venas, nutriendo cada una de mis células.

Mamama, mi incondicional Mamama, yo partí de ti y sí que te las debo.”

 

 

 

carros La Mamama cumplía 90 años y el calor de tantas velas derritió la torta. Todavía vivió nueve años más que compartimos con ella con mucho amor.

 

Desde muy joven, aprendí a dominar mis sueños, de tal manera que, cuando no me gustaba el curso que tomaban, los replanteaba y conducía para que me resultaran gratos. También, soñando encontraba soluciones a problemas que no podía resolver despierto; inclusive, hacía sofisticadas reflexiones. Apenas despertaba, antes de bañarme, me ponía a escribir como poseído, transcribiendo mis sueños fielmente, sin olvidar un solo detalle.

El año 1997, esperé el año nuevo con un grupo de amigos, mi hijo Kiko Jr. y Machi, su novia. Ellos dos se divirtieron mucho alternando con mi grupo íntimo de amigos; ello denotaba concordancia, amistad y complacencia en la relación entre padres e hijos.

Horas después, mientras dormía, me entregué a mis sueños y dilucidé respecto a los momentos felices que había pasado; luego, al amanecer, transcribí:

 

Cada año más es un regalo divino; también podemos decir lo mismo de cada día, de cada hora o de cada instante.

La lucha por la supervivencia es tal, que uno no tiene tiempo para tomar conciencia de su nivel de felicidad, para saborearla y repotenciarla.

Hay que detener el tiempo, planear actividades placenteras y evaluar nuestra proyección respecto a antiguos objetivos. Ser conscientes de lo que hemos logrado y tener resignación por aquello que hemos perdido; sin embargo, esto es muy difícil. Generalmente, los objetivos logrados ya no son importantes; ahora nuestro interés está centrado en nuevos objetivos, son ya otras nuestras angustias.

Si perdemos o logramos algo, no tomamos en consideración si poseemos menos o mucho más que la mayoría. Generalmente, sólo es importante para nosotros nuestra proyección en términos absolutos y no en su relatividad con terceros.

Nuestra concentración en la gestión de nuestros múltiples, renovados y permanentes intereses, no nos permite tomar conciencia de las ganancias y pérdidas. Por eso, frecuentemente la felicidad es un estado de ánimo inconsciente, que sólo “recordamos” cuando lo que nos hacía feliz ya lo hemos perdimos, o cuando lo obtenido es tan “archiconocido” que ahora sólo es un comentario sin angustia y sin emoción.

Aquel primero de enero fui muy feliz.

 

Durante un tiempo, iba frecuentemente a jugar bochas, al club Canottieri, hasta que me di cuenta que no tenía habilidad para el juego, y “colgué los guantes”; pero, en el ínterin, hice muchos amigos y disfruté almorzando en el restaurante del local, en el segundo piso, desde donde hay una vista maravillosa.

 

Vista al mar desde el Club “Societá Canottieri Italia”,

en la Punta, Callao.

 

 

 

 

Desde que estudiaba en la UNI, me encanta el ajedrez; este juego ciencia, también lo practiqué mucho con Don Genaro Carnero Checa, luego con mi compañero y amigo de la UNI, Pericles, y algunos amigos y parientes más. Pero cuando más disfruté competir, fue cuando me solicitaron representar a la Promoción XV del CMLP. En varias oportunidades conseguí triunfos y, en particular, recuerdo con mucha satisfacción, cuando tenía prácticamente la partida perdida, y logré obligar a mi rival, para que hiciera una secuencia repetitiva de posiciones, en base a jaques al rey, que me diera el empate (tres veces, la misma posición de todas las fichas, es empate).

 

 

Fotos del recuerdo, cuando salimos campeones de ajedrez

en el concurso de exalumnos del CMLP, en el año 2015.

 

 

 

Ésta fue la partida, casi perdida, que logré empatar

 

Una actividad, que hemos practicado con mi esposa, desde que nos casamos, con un grupo de excompañeros de trabajo y amigos, hasta el cambio de siglo, es el vóleibol. De esta actividad tendría muchas experiencias que contar, pero de todas ellas, hay una historia digna de recordar; fue la del partido de voleibol de hombres contra mujeres, aclaro que este cuento, en realidad, es una sátira, narrada en tiempo presente, lo escribí agregándole un poco de sal y pimienta y resultó lo siguiente:

 

El vóleibol es muy competitivo, pero este partido promete ser fenomenal: hombres contra mujeres; la talla versus la sincronización; el músculo frente a la brujería; la fuerza ante la garra: será una guerra sin cuartel.

Por las mujeres participan: "La lenta", "La zurda", Lula, Tuqui, Gaby y "La chata".

Los hombres juegan con Coco (a)Pelado, Tony (a)Don Pésimo, "El egoísta", Kiko (a)Largo, "El Loco" y "El Terrorista".

Inician el juego las mujeres, "El egoísta" contesta como siempre en primera (lo correcto es hacer tres pases). "La lenta" estira los brazos protegiéndose la cara por instinto de conservación. Le rebota la bola, pero, como un rayo, Lula, logra el segundo toque y la pone a tiro de mate para Gaby. Y... !Punto para las brujas!

Esto llena de ira y pone los "pelos" de punta a "El pelado".

Tony, el eterno pesimista dice:

No ganaremos, nos irá muy mal.

"El terrorista" se tira a morir, da tres botes en el piso y... —cacle cacle—. !Punto para las mujeres!

Saca Tuqui; recepciona "El loco" con pase hacia "El egoísta"; ¡!increíble!, éste hace un pase. Kiko ordena a sus músculos y da un ágil salto de dos centímetros; estira las piernas, el tronco (no te emociones) y extremidades y completa los tres metros, lo mínimo, para que uno de sus dedos, el más largo, dé la estocada final, ¡bola para los hombres!

Ahora ya son nuestras, señala Coco (de nombre y cabellera) y saca ferozmente, ¡punto para los hombres!

Saca nuevamente. La bola cruza la red, choca en una "teta" y sale de la cancha. Otro punto varonil.

"El pelado" saca tres veces más. El puntaje se pone cinco a dos en favor de los machos.

Lula reclama:

Eso no vale, Kiko se ha tirado un pedo.

Después de una ventilada, Coco saca de nuevo y falla. Bola para las damas.

Sin flatulencias y con buen viento, saca la Zurda y convierte tres puntos. ¿Qué pasa con los hombres? ¿No hay recepción?

Empate: cinco a cinco.

La vanidad de los hombres comienza a estropearse. La Zurda saca dos veces más.

—No les ganaremos nunca jamás —Se lamenta "Don Pésimo".

Siete a cinco ganan las mujeres.

Afortunadamente para los hombres, "La Zurda" hace "Net" y sacan los hombres a través de "El egoísta". Se escucha cinco veces "punto" y pasan a ganar los hombres diez a siete. Gaby pide tiempo y arenga a sus compañeras:

Chicas hay que distraerlos; muevan su "cucú".

Saca nuevamente "El egoísta", saque perfecto, pero cuando la pelota parecía que llegaba al suelo, "La chata", experta en coger pelotas al ras del piso, logra salvarla. Tuqui hace el segundo toque y Gaby remata cruzado; la recepciona Coco con dirección a "El loco", quien arma para Kiko. Éste realiza su famoso “aspas de molino”, pero lamentablemente toca la net. Bola para ellas.

Servicio por parte de "La chata"; corre "El loco" y la devuelve en primera con golpe de cabeza, pero como éste, nunca la ha tenido muy bien puesta, punto para ellas. Ocho a diez.

Saca nuevamente "La chata", la bola va con dirección a "El loco" (lo quieren coger de punto). Este se enreda y cae al suelo, lanzando su típico grito: "Maldita sea la burra negra".

Punto para las mujeres. Nueve a diez.

Saca "La chata".

!Net!— gritan los hombres.

Bola para los varones. Saca Kiko cuatro veces consecutivas y se ponen a catorce contra nueve.

Lula pide tiempo; luego se reanuda el juego y saca Kiko; recepciona "La Lenta", luego Lula, ésta a la Zurda, quien mata violentamente y... bola en las "criadillas" del “Pelado”. Se dobla en dos; da una patadita al cielo y queda enroscado en el suelo un buen rato. Luego se repone, se levanta, pero se le nota mucho “lo chueco”. A partir de ese momento ya no juega bien.

Saque para las chicas.

Saca "La lenta" cinco veces y el puntaje se pone catorce iguales.

Saca nuevamente "La lenta", pero un espía de los hombres echa cerca de ella ajos y cebollas, esto hace fallar a la veterana bruja. Bola para los mens (no sé si por la palabra inglesa "men" o por mensos).

Saca "El Loco" y falla, el perro sarnoso.

Saca Tuqui, contesta "El egoísta", en primera, como siempre. La toca "La chata" con dirección a Lula; ésta, a Gaby, quien logra matar a pesar del bloqueo que realiza "Don Pésimo". Vuelan por el aire los lentes de éste y !punto de las brujas! Ahora, ganan las mujeres quince a catorce.

Saca Tuqui; contesta Kiko; luego "El loco" con dirección a Coco, quien con ambas manos la dirige al fondo contrario. "La chata" le adivinó la jugada y logra pasarla a Lula, quien hace como que se la pasará a Gaby; sin embargo, la tira de espaldas hacia la parte trasera contraria y... !Carajo! !Punto y set para las mujeres!

"Don Pésimo" repite:

yo lo dije, sabía que perderíamos.

Como éste es mi cuento, los próximos sets los ganarán los hombres, con lo cual se harán del partido. ¿No sé por qué últimamente me está creciendo la nariz?

 

 

A la izquierda, con algunos miembros con quienes practicábamos el vóley. A la derecha, con Lourdes, la armadora de nuestro equipo de vóley, quien tenía una pelota en la barriga, pues estaba en cinta.

 

Mi madre murió a los 85 años, el año 2005; mi padre, el año 2006, él fue el último de su promoción en fallecer, a los 93 años. Sus últimos años los vivió con mi hermano Guillermo, y sólo el último año requirió ir al centro geriátrico del ejército. La institución de oficiales retirados de Caballería, le hizo un homenaje muy lindo, tanto en su velorio como en su entierro.

Por aquella época, la mayoría de nuestros mayores ya nos habían dejado, ahora nosotros éramos los mayores de la familia. Excepto mi suegra, quien vivió hasta los cien años, y todos sus hijos, incluyéndome, la visitábamos muy seguido, de acuerdo a nuestras posibilidades; pero, Tuqui, era la única que no trabajaba, e iba a verla casi todos los días, mínimo un par de horas, hasta que llegó su fallecimiento. A mí no me molestaba, al contrario, le dejaba su espacio; además, era para darle compañía a una persona que yo también quería. Más bien, admiro a mi mujer, quien fue muy abnegada con su madre, no sólo la visitaba, también le lavaba su ropa, le compraba medicinas y pañales, frecuentemente la llevábamos a comer su plato favorito, “zarza de patita”.

Varios años antes, Tuqui tuvo que llevar a su madre reiteradas veces al hospital, quien sufría de una severa artritis, para que la operen de ambas rodillas, gracias a eso ella pudo volver a caminar.

Cuando yo estuve enfermo, Tuqui también fue una esposa muy abnegada, ella es grandiosa y es una bendición contar con ella.

 

 

Mi suegra, Elsa Cornejo de Zuzunaga, el día que cumplió sus cien años. Lamentablemente, estábamos en plena pandemia y no pudimos acercarnos mucho. Ella fallecería tres meses después.

 

 

SAN BORJA

Cualquiera diría que nos mudamos a San Borja, persiguiendo a mi hija Fiorella… y acertaría. Cuando nuestra hija se casó y salió embarazada, planeamos acercarnos a ella y mudarnos a San Borja, donde ella vivía, para poder brindarle apoyo, tal como mi esposa lo había recibido de su madre. Primero alquilamos un departamento, pero luego, vendimos nuestra casa de San Miguel para adquirir el departamento donde actualmente vivimos. Mi hija y su esposo adquirieron y se mudaron a otra casa, pero en la misma zona, cerca de nuestro departamento.

 

Paralelamente, sucedía que nuestro hijo, Kiko Jr. sería trasladado al extranjero, primero a la Argentina, y cuando ya tenía dos hijos, a Inglaterra. Luego de unos años, nos invitó para que pasáramos tres meses con ellos. Fueron días muy lindos por los países que logramos conocer, pero más por el disfrute que tuvimos con nuestros nietos. A continuación, algunas fotos de este viaje.

 

Edimburgo Lago Nessy

 

 

 

Colmar Luxemburgo

 

 

 

Salzburg Entre Munich y Salzburg

 

 

Posteriormente, nuestro hijo Kiko sería transferido a Singapur. Nuevamente, luego de unos años, nos invitaría para ir a visitarlo, pero justamente, estábamos planeando el viaje, cuando me detectaron en el pulmón izquierdo un nódulo. Tuvieron que operarme, me sacaron el nódulo, esperaron el análisis clínico, y me cerraron nuevamente, cancelando la extracción de un lóbulo como estaba planeado; pues el resultado del análisis indicaba que era un tumor tuberculino; en castellano simple, tuberculosis o TBC. La opción era menos mala que el cáncer que era lo previsto; sin embargo, el tratamiento para el TBC es terrible y dura mínimo seis meses. Todos los días, arrojaba hasta el alma, pues las pastillas tienen un efecto hepático terrible, muy similar al de la quimioterapia para el cáncer. Yo que siempre había sido de buen diente, no me apetecía nada y, a pesar de que Tuqui se esmeraba en prepararme algo rico, platos que sabía que me gustaban, yo los rechazaba, y bajé más de veinte kilos. Pero finalmente, sané.

 

Y siguieron llegando los nietos, trayendo mucha alegría y felicidad. Ahora tenemos siete nietos, la menor ya está por cumplir quince años, y son una bendición para nosotros, los abuelos, pues nos alegran el alma, y nos solucionan todos nuestros problemas de conectividad y teléfonos móviles.

 

Con nuestros siete nietos, cuando eran pequeños (año 2007)

 

 

Cuando los mayores de mis nietos hombres ya eran casi de mi tamaño. Ahora la niñita al lado de Tuqui, está por cumplir quince años.

 

Con mi esposa Tuqui, en el año 2019, cumplimos nuestras bodas de oro. Mi hija nos había invitado a su casa, para festejar algo sencillo, pero… ¡Oh sorpresa!

En el seno de la familia y amigos, me sentí querido, me sentí apoyado, me sentí reconocido, me sentí amado, finalmente, muy feliz.

Que suerte la mía, tener tan buena esposa, hijos, nietos, hermanos, consuegros y amigos tan queridos como hermanos. Agradezco a todos ellos por pertenecer a mi familia y gracias por ser mis amigos.

 

 

Esta historia, también es una historia de amor. A Tuqui, con mucho amor, le escribí la poesía “Te amo”, que muestro a continuación:

 

Mi barrio está viejo.

Mis amigos están viejos.

Nosotros estamos viejos.

Todo envejece.

Sin embargo, nuestro amor crece y se enriquece.

Es maravilloso tenerte a mi lado.

Y juntos, crear nuestra propia historia.

Algunos momentos alegres.

Otros difíciles.

Pero todos llenos de amor y pasión.

Creo que hemos hecho lo que debíamos hacer.

Y que nos hemos dicho todo lo que nos teníamos que decir:

Te amo.

 

 

 

Durante los últimos años, con mi esposa Tuqui, nunca hemos dejamos de jugar al bridge, ahora lo seguimos haciendo virtualmente, durante la pandemia, convirtiéndose en fundamental, para poder soportar el enclaustramiento. Esta actividad, también enriqueció nuestro ámbito social; y ahora, durante la pandemia, nos seguimos comunicando telefónicamente, con quienes no desean jugar virtualmente, porque aún continua la amistad.

 

Justamente, con uno de ellos, el almirante Cristóbal Miletich, y gracias a su iniciativa, gestión y conducción, conjuntamente con otros varios amigos, creamos y conformamos “El Grupo Cultural”. Este consistía en hacer mensualmente exposiciones cortas, por parte de sus miembros, los que íbamos rotando. Las charlas, al final tenían mesas redondas, con preguntas y respuestas, por parte de todos los presentes que así lo quisieran. Cristóbal proporcionaba su casa y el equipo de proyección, para dichas charlas, las que venían siendo muy divertidas e ilustrativas, hasta que vino la pandemia. Luego hemos intentado realizar reuniones virtuales, en tres oportunidades; pero, la mayoría son personas mayores, y eran pocos los que se sentían cómodos con las técnicas virtuales, y se suspendieron. Felizmente ahora, los del “Grupo Cultural” nos mantenemos comunicados, a través de un grupo WhatsApp, que día a día, sigue incrementando el número de sus integrantes.

 

 

Ésta fue una de las últimas reuniones presenciales del Grupo Cultural.

 

Mis hijos, que cuando estuvieron en la pubertad, vivieron una época difícil, con terrorismo e inflación y adicionalmente, ellos tenían a su padre muy enfermo; ahora son cincuentones (mi hija cuarentaiocho); y vivimos una anarquía política y una terrible pandemia. Y quiero decirles:

“No se preocupen, los peruanos somos de acero inoxidable y lo superaremos”.

No son los problemas los que nos dañan, sino la manera en que permitimos que nos afecten y nosotros siempre los hemos enfrentado juntos, en familia, y los hemos superado. Esos chiquillos o jóvenes que eran ustedes, mis queridos hijos, durante el primer gobierno de Alan, han salido adelante, y ahora son buenos ciudadanos, como cónyuges, padres, hijos, hermanos y amigos. Estamos muy orgullosos de ustedes, al igual que de nuestros siete nietecitos.

Vuestro apoyo viene siendo vital para nosotros, a quienes la tecnología nos está rebasando, que necesitamos sentir que, ante cualquier problema, tendremos su apoyo, pero siempre, lo más importante será vuestro afecto; pues los queremos mucho e igualmente a nuestros nietos. Gracias por su apoyo, a ustedes, los amamos desde el primer día en que nacieron, ahora más que nunca.

Recuerdo mucho que, a mis cincuenta años, su mami y yo, ya estábamos cerca de quedarnos solos físicamente, aunque nunca espiritualmente, porque para sentirlos próximos espiritualmente, hasta Singapur es cerca. Por aquella época, mi preocupación era qué les tocaría vivir a ustedes; ahora, con la sabiduría que dan los años, he aprendido que los nuevos jóvenes, al igual que sucedió con ustedes, nuestros hijos, encontraran su camino, un camino correcto. Ahora ustedes están en aquella situación, pero no se preocupen, mis nietos están más capacitados de lo que ustedes creen, ellos también encontrarán cómo salir adelante. Además, se enseña con el ejemplo, y creo que tanto nuestra familia, como las de vuestros cónyuges, tienen verdaderos iconos, en ustedes. Esos son muy buenos cimientos para mis nietos.

La historia, que cuenta este libro, es para que los chicos puedan apreciar, que la vida no es fácil, pero que hay que lucharla; como siempre les dije: “Soy un gladiador, que enfrenta los problemas de la vida, con gran espíritu de lucha; pero también, ante la adversidad tengo gran capacidad de resignación.

Cómo podrán apreciar, el tiempo vuela rápido, medio siglo, tal como aproximadamente es vuestro caso, pasa muy rápido y, si bien acá sólo estamos de paso, tu mami y yo nos sentimos realizados, con tan sólo haberlos procreado y criado.

Y recuerden, otra cosa que siempre les he dicho: no queremos hijos millonarios, ni sabios, queremos hijos felices.

 

Hasta ahora, los amigos del barrio, mantenemos nuestros lazos de amistad, ya muchos nos han dejado, pero frecuentemente los recordamos y honramos; por supuesto, durante la pandemia, sólo nos comunicamos por WhatsApp.

 

Los amigos del barrio de Pueblo Libre

 

Siempre mantengo contacto con mis excompañeros del CMLP. La foto que figura a continuación, corresponde al desfile de exalumnos del año 2012; curiosamente, durante ese año, como estaban reconstruyendo el local del colegio, el CMLP funcionó en un área prestada por el Cuartel de Barbones, donde muchos años atrás, sirvió mi padre como miembro de la Caballería, y yo, ese día, recién conocería por dentro dicho cuartel.

 

Desfile de exalumnos del CMLP, el año 2012

 

Con mis colegas de la UNI, también hemos mantenido prendida la llama de la amistad, por y para siempre. Debo destacar que, entre ellos, está mi gran amigo Gustavo, con quien hemos tenido juntos varias experiencias profesionales y con quien nuestra amistad se ha expandido a la de nuestras familias.

 

Cada vez somos menos, pero es la ley de la vida, y ya estamos preparados, para reencontrarnos pronto, en el más allá.

 

Una de las tantas reuniones con mis colegas de la UNI

 

Un año antes que se declarara la pandemia, tuve un problema serio de salud. Todo comenzó cuando, una noche, que estábamos acostados viendo televisión, me dio hipo, un hipo que no paraba con nada, no pude dormir toda la noche y al día siguiente, a pesar de tomar varios medicamentos, estuve así, sin poder comer ni dormir toda una semana; me pusieron una inyección, pero nada de parar el maldito hipo; hasta que, en un determinado momento, me dio un terrible dolor de cabeza, y muchas náuseas y vomité. Mi esposa llamó a mis hijos quienes me llevaron a la emergencia de la Av. Angamos. Inmediatamente me internaron, me trataron el hipo, lo que lograron en menos de veinticuatro horas, y me hicieron una resonancia magnética, con la cual determinaron que, producto del esfuerzo y agotamiento que generaba el hipo, me había dado un pequeño infarto cerebral. Sin embargo, yo no noto ningún efecto en mi intelecto, y ya es un asunto superado.

 

Todos los días salgo a caminar por un parque, y allí, me siento en una banca. Uno de mis placeres es hacer nuevos amigos, entre los que allí se sientan. Ya tengo varios con los que converso cotidianamente, pero uno de ellos está con Alzheimer, y siempre me cuenta lo mismo; al comienzo me aburría un poco, pero con el tiempo, me percaté lo feliz que se ponía mientras yo lo escuchaba, ahora he aprendido a sentirme feliz viéndolo tan contento. Con este grupo de caminantes, todos ellos pertenecientes a mi generación, conformamos un grupo muy simpático, con los que compartimos historias de nuestra época, temas de deportes, música, política, enfermedades, comidas o cualquier otro. Como tradicionalmente, nuestro punto de reunión era en las bancas del parque, a nuestro grupo lo llamamos: “El Club de la Banca”. Algunos, que no saben de esto, nos preguntan: ¿pertenecen ustedes al sistema financiero? Je, je, je.

 

Un grupo que tiene mucho que recordar y contar, pues sumamos varios siglos de experiencia.

 

Como, con frecuencia, nos provocaba conversar tomando una taza de café, nos convertimos en caseritos del Café “El Vizio”, donde rematábamos nuestras reuniones. Lamentablemente, con la pandemia, el negocio quebró; ahora, mientras dura la pandemia, tampoco podemos sentarnos ni muy cerca ni muchos. Ahora seguimos conversando vía WhatsApp.

Pienso que es un privilegio contar con ellos, mis queridos amigos de “La Banca”, todos pertenecientes a mi generación, compañeros de la gran universidad de la vida, hemos adquirido esa sabiduría que dan los años y, a pesar de que cada vez el mundo se nos achica más, me parece más tolerable cuando estamos juntos.

 

 

Muchos luchan por un futuro mejor, sacrificando el presente para lograr en algún momento la felicidad; sin embargo, ese momento nunca llega, porque como alguien dijo alguna vez: "La vida es algo que te sucede mientras haces otros planes"

Pretendo ser feliz todo el tiempo, amando lo que tengo, lo que hago, actuando con alegría, optimismo y resignación.

La vida contiene diferentes sensaciones, como el miedo, el odio, la envidia, los celos, la ambición, la vanidad, el sexo, etc. Estas disminuyen notablemente con la edad, pero el amor, la más poderosa de todas, jamás disminuye.

Creo que, en la madurez de la vida, cuando menguan los objetivos generados por las energías pasionales, podemos llegar a la abulia, producto de tanta pasividad. Se pierde competitividad y quedan pocas emociones. Los hijos se independizan; disminuyen las responsabilidades y pueden generarse sentimientos de soledad. Sin embargo, existe una infinidad de actividades que, a despecho de las limitaciones, aún se pueden realizar. Hay que descubrirlas y aprovecharlas.

Con iniciativa, podemos encontrar entretenimiento en el diálogo con otras personas, la lectura, la computación, la artesanía, el caminar, la televisión, los juegos de salón, la jardinería, etc.

Podemos seguir adquiriendo nuevos conocimientos infinitamente, y ayudar a otros también en forma invalorable.

No hay como trabajar por lo menos en algunas tareas y sentirse útil. Siempre será una gran emoción la visita de los seres queridos, sobre todo la de los hijos y nietos.

Pero, es una gran obligación y responsabilidad que busquemos nuestra propia felicidad, ya que ésta no llegará por sí sola. El día en que los impactos de la vida nos quiten la autonomía física y moral, estaremos liquidados.

En función al número de WhatsApps que recibo diariamente, me doy cuenta de que me he metido en muchas actividades distintas, que mi vida es un torbellino, por ejemplo, hoy he recibido WhatsApps de los siguientes grupos:

7 Club de la Banca

11 Reuniones Culturales

10 Universidad Nacional de Ingeniería

13 Barrio de Pueblo Libre

43 Colegio Militar Leoncio Prado

24 Familia Barcelli

15 Familia Zuzunaga

5 Bridge

37 Ajedrez y otros contactos

 

 

Posiblemente, el tiempo de vida que me queda sea como el de una velita, que ya se está apagando; pero no me preocupa, ya vendrán tiempos para morir, ahora éstos son tiempos para vivir. Y cuando, transito por el bulevar de la avenida San Borja Norte, sobre el “Camino de la Actitud”, logro detener el tiempo, repitiendo una canción que escribí hace años: “Hoy”. Yo escribí la letra, ponle tú la música.

 

HOY

Hoy no perderé mi tiempo en cosas vanas y gozaré del paisaje de la vida.

Percibiré los ruidos armónicos, los olores sugestivos, las vistas hermosas, las caricias y los gestos amables.

Como nunca, elevaré mi cabeza para mirar al cielo, contemplar el desplazamiento de las nubes; quizá a un ave que se eleve y suspenda en el aire.

Disfrutaré viendo un cachorrito juguetón saltando y corriendo, muchachos jugando al fútbol, los coloquios de una pareja de enamorados o las flores del parque.

Escucharé gozoso el trinar de los pájaros y disfrutaré el calor del sol sobre mi piel.

No me preocuparé de mis achaques ni me sentiré solo ni extrañaré a nadie.

No tendré necesidad de demostrar algo, de convencer a alguien o de averiguar sobre la razón de nuestra existencia.

Seré extremadamente tolerante y apacible; tal vez, irresponsable.

No tendré preocupaciones ni aspiraciones. Me aislaré del mundo malo; me insensibilizaré de todo aquello que haga daño y lo miraré por encima del hombro.

Hoy vibraré con el dichoso pulso de la vida, libre y jubiloso, sin pensar para nada en el mañana.

Mañana, podría ser la gran partida. Hoy, sólo gozaré de la vida.