Amigos:

Apenas unos minutos han pasado desde la devastadora noticia: Mi amigo Oscar ha fallecido.  Me afectó tanto que pensé en atenuar mis penas tal como lo hice en anteriores ocasiones: Escribiendo. Lamentablemente, las penas y las frustraciones son a veces fuente de inspiración.

Si tú has recibido este e-mail es porque eres muy importante para mí y, en este momento, necesito desahogarme contigo.

Hace muchos años, desde el día que murió mi suegro, a quien quería mucho, ya no he vuelto a soltar lágrimas; pero hoy, hoy me siento desolado. Estoy llorando a secas !Qué dolor! Uno de mis amigos más queridos ha fallecido.

No sé si sufro tanto por él, o por esa maldita sensación de soledad. Ya son pocos, cada vez menos, los verdaderos amigos que me quedan.

Su cara traslucía alegría cuando nos encontrábamos.” Hola chochera”, solía decirme. Normalmente nos reuníamos para caminar. Anduvimos durante tanto tiempo y tan seguido, que aprendimos a conversar sin palabras, en silencio; sin embargo, lo poco hablado era algún refrito de nuestros nietos o nuestros achaques.

Oscar, mi querido amigo, ya te estoy extrañando mucho. Eras el más humilde de todos mis allegados; pero también, el más fiel y desinteresado. Pensar que hace poco hablamos tanto de lo que pasaría durante y después de la  muerte. Ahora tú ya sabes qué es la muerte y a donde te lleva. Pero yo, yo sólo se que arrancaste un pedazo de mí y te lo llevaste.

 

KIKO

 

 

EL SEGUNDO DÍA DE LA NOTICIA DE SU PARTIDA

 

Oscar, mi entrañable amigo, hoy salí a caminar por nuestra ruta habitual. También me senté en la banca de siempre, cerca de la cascada artificial que construyó la Municipalidad, donde el agua al caer se pulverizaba y el aire nos la arrojaba a la cara, ¿te acuerdas?; sólo que esta vez, las gotas que recorrían por mis mejillas se engrosaban con una densa lluvia y parecían lágrimas verdaderas.

Desde allí recordé muchas vivencias de nuestros años mozos, por ejemplo, cuando salíamos de una juerga en tu moto y nos dirigíamos a un bar para seguir libando; de improviso, aparecieron varios perros, cerca de media docena, y nos persiguieron. Cuando se acercaban nosotros los pateábamos. Uno de ellos, el más grande, me cogió de la pierna. La moto zigzagueaba y estábamos a punto de caernos; de hacerlo, entre todos los perros que estaban eufóricos, seguro nos despedazaban. Sin embargo, tú cogiste de los ojos al descomunal animal y lograste liberarme. En ese momento, estuvimos a punto de caer; pero, con gran pericia, controlaste la máquina y, ya libres de espanto, llegamos a la cantina donde nos tiramos una borrachera mayúscula.

“Chocherita”, ahora creo que siempre podré seguir conversando contigo. Te acuerdas cuando los dos nos creíamos enamorados de la misma chica; y lo peor fue que, entre copa y copa, ambos nos lo confesamos. Tal era nuestra fidelidad, que dijimos: “sea cual sea el resultado, quien sea el triunfador del corazón de la mocosa, nuestra amistad se mantendrá incólume”. Como testimonio de nuestro pacto íbamos escribiendo en una servilleta nuestro convenio; conforme entrábamos en tragos, nuestra letra se iba haciendo cada vez más borrosa. Ninguno de los dos logró el éxito, pasaron varios años y todavía tú conservabas el papel, todo sucio y arrugado; lamentablemente, en alguna de tus mudanzas se te perdió, pero ya no necesitábamos leerlo, lo sabíamos de memoria: “Nuestra amistad era eterna”.

Bueno mi hermano, por hoy, me despido de ti. Mañana a las diez reiniciamos este diálogo.

Chao

 

 

EL TERCER DÍA DE LA NOTICIA DE SU PARTIDA

 

Hola Oscar, hoy también salí a caminar. Esta vez hice una pausa sentado en una de las mesas del kiosco, frente al “Pentagonito”. Te acuerdas, allí solíamos tomar café, los gansos se nos acercaban y nosotros les echábamos trozos de galleta. Mucha risa te dio, cuando uno de los pedazos fue a caer encima de tu zapato, un ganso vino y se lo comió. Lloraste de risa y comentaste: “Ya no nos tienen ningún respeto. Ja, ja, ja”.

Mi querido hermano, hoy me puse a pensar: mejor que hayas dejado este mundo terrenal. Te esperaban momentos muy difíciles, tú ya estabas muy malito. Recuerdo el día cuando recibí la llamada telefónica de una señorita que me dijo:

–¿Señor, es usted amigo del señor Oscar?

–Sí claro, ¿por qué? –le pregunté.

–Porque él está acá conmigo y dice que está perdido.

–¿Dónde se encuentran? –la interrogué.

–Al costado del Hipódromo. En la avenida El Derby –me respondió.

–Bueno, sólo tienen que cruzar el puente. Yo los estaré esperando al otro lado –le dije.

Cuando llegaron, al verme, recuperaste tu identidad.

–Pero si estás a sólo tres cuadras de tu casa –te comenté.

–No se que me pasó, me sentí perdido –dijiste.

Pero que señorita tan confiada y tan buena, la que te ayudó.

También en dos oportunidades te vino una especie de mareo y caíste al suelo. Tuve que acompañarte al hospital, donde te hicieron algunos chequeos médicos, pero no te encontraron nada y pidieron otros exámenes y análisis que eran bastante caros.

–Creo que esto me ha pasado porque no he tomado desayuno –dijiste y allí lo dejaste.

En los últimos tiempos tu memoria disminuyó mucho y bajaste varios kilos de peso. Junto con tu salud, tu economía también se deterioró. Pensar que de joven eras lo máximo en mantenimiento y arreglo de motos. Todos los grandes corredores de la época eran tus clientes y amigos. Incluso, en una oportunidad, vinieron a verte unos técnicos desde Italia. En algún diario limeño se publicó: “Genio peruano convierte motos de 125 a 250cc”. En aquella época, ganaste mucho dinero; pero tú eras bueno en mecánica, no en economía.

Eras tan guapo que todas las mujeres te perseguían; sin embargo, tú estabas muy enamorado de una chica llamada Irma. Con mucho ingenio, un día cogiste una lata de café marca Kirma, le sacaste la etiqueta, le eliminaste la K y quedó Irma. La etiqueta la pegaste en tu moto y frecuentemente pasabas por la puerta de tu amada, produciendo con el acelerador de la moto fuertes ruidos: ¡run, run, run!  Finalmente, la conquistaste y te casaste con ella.

 

Ahora sí que estoy seguro, de que siempre podremos seguir conversando. Chao, hasta mañana a las diez.

 

 

EL CUARTO DÍA DE LA NOTICIA DE SU PARTIDA

Hola cocherita. Pensar que recién hace cuatro días que recibí la noticia, pero tú ya habías fallecido hacía veintiséis días. La última vez que fui a tu casa me dijeron: “El señor se ha mudado”

Debo de disculparme doblemente; primero, por no haber estado en tu velorio y, segundo, por haber pensado mal de ti, pues yo, después de tantos días  decía:

–Eres una mierda, te has mudado y ni te has despedido de mí ni me has dado tu nueva dirección.

Nunca pude imaginarme que, paralelamente a la mudanza de tu familia, la mayor de tus nietas te había invitado a pasar unos días al Cusco y que allí te diera un infarto.

Amigo, estoy preocupado por la errónea interpretación que pudieran darle algunos de mis familiares, al primer e-mail donde escribo: “esa maldita sensación de soledad”. Pudieran interpretarlo como un reproche o reclamo por la desatención de parte de mis hijos y otros seres queridos, pero no es así. El caso es que gozo de la familia los fines de semana, en las fechas familiares y cada vez que puedo hacerlo porque me hace muy feliz; pero las semanas tienen siete días, los días veinticuatro horas y los viejitos jubilados no podemos ser acompañados por quienes trabajan o estudian durante todo el tiempo; solamente contamos con nuestros conyugues y con nuestros amigos también jubilados; y pocos de ellos, son amigos tan sinceros y de tantos años como lo eras tú, Oscar, amigo desde la pubertad.

Chochera, si quieres ver algo positivo con tu partida, es que ha generado que vuelva a escribir. Yo ya había colgado la pluma; pero el impacto de tu partida imprevista me ha motivado y he reiniciado el vicio de la narrativa con este diálogo loco.

Chao, hasta mañana.

 

EL QUINTO DÍA DE LA NOTICIA DE SU PARTIDA

 

Hoy quiero recordar algunos pasajes de nuestros años mozos en Breña, tu barrio natal.

Tu hermano, el “Loco Tito”, sí que era fortachón. Con los años se convirtió en el matón de Breña y el marido de la dueña del burdel el “Doris Bar”. Lo interesante era que el día de tu cumpleaños, cerraba el local, ponía mujeres y trago a tu disposición y la de todos tus amigos. Fue lo máximo del distrito hasta que tu otro hermano, Lucho, creció y le pegó; sin embargo, su trono duró poco porque, al poco tiempo, en una trifulca perdió un ojo, cuando un rival, de un correazo, le dio con la hebilla. Finalmente, como tú eras muy pacífico, tu hermano menor asumió el trono. Lo anecdótico fue que un día fui a buscarte conjuntamente con otro amigo al billar “El Diamante” y allí estaba nada menos que el “Negro Bomba”, famoso por la tragedia que inició en el estadio Nacional, donde murieron más de doscientos personas. El “Negro Bomba” era inmenso, estuvo preso durante algún tiempo y asumió un camino delincuencial. En aquella ocasión, cuando pasamos por su lado, dijo:

–“Miren esas locas que vienen por acá”

Yo que en aquella época me creía inmortal, pero que, aunque alto, lo era menos que el negro y la mitad de ancho que él, le contesté:

–“Mira esas locas que viven por acá”.

Al “Negro Bomba” se le inyectaron los ojos y comenzó a venírseme encima para pegarme. En eso, tú, mi hermano Oscar, apareciste, le diste un empujón al negro y dijiste:

–No te metas con ellos. Son mis amigos.  

¿Quién se metía con los hermanos Armendáriz? Y el que se metía con uno se metía con todos los hermanos, y todos sus amigos.

Oscar, en aquella oportunidad, me salvaste la vida, por lo menos, de algunos huesos rotos.

Al negro se le acabó toda la lisura y, como un avestruz, fue a refugiarse de la vergüenza al baño.

 

Pero tu familia también me la debe, te acuerdas cuando a tu hermano Lucho, “El Tuerto”,  lo metieron preso por pegarle a un “Tira”. Yo pedí a un familiar, que era Coronel de la Policía, que lo sacara. Después de lograrlo, en tu barrio, yo era un Dios y podía caminar por el barrio a cualquier hora de la noche. Y así lo hice, durante mucho tiempo, en esa zona tan “malandrina”, por el “Cuartel de los Inválidos”.

 

Ahora me da risa; pero en su momento fue todo un problema. Fue cuando me presentaste a tu hermana Pilar. Ella era muy bonita pero por aquella época a mí me interesaba otra chica. Tú estabas muy entusiasmado con la idea de ser mi cuñado. También toda la familia. Ten en cuenta que tus hermanos eran unos ogros grandulones, que amedrentaban a cualquiera; tu madre parecía un general que manejaba a todo ese ejército. Me moría de miedo ofenderlos; pero, afortunadamente, Pilar, me salvó de la encrucijada al aparecer con un enamoradito; solo que tuve que interferir con mis buenos oficios, a toda la familia, para que tus hermanos no maten al pobre chico.

Tú siempre me repetías, incluso hace poco:

–Pero que bruta la Pilar. Hubieras sido mi cuñado.

 

Hasta la próxima

 

 

EL SEXTO DÍA DE LA NOTICIA DE SU PARTIDA

Hola Oscar, no se te nota que eres un difunto, pues antes tampoco hablabas mucho; pero tienes una gran virtud: sabes escuchar.

Que suerte, de jóvenes vivíamos relativamente cerca, tú en Breña y yo en Pueblo libre; después, dejamos de vernos varios años, luego, nos reencontramos cuando ya éramos jubilados, viviendo a sólo tres cuadras de distancia. Además, otro factor era que teníamos en común el hábito de caminar. Todo lo anterior, se conjugaba para que ambos estuviéramos casi siempre dispuestos para reunirnos. Mi mujer me decía: “Kiko, ya llegó el caminante”, y salíamos juntos a gozar caminando por las área verdes de San Borja.

Tú sabes, yo soy amiguero; por lo cual, tengo muchos amigos queridos, tanto como tú –esto lo pongo para que ellos no se pongan celosos–. Pero la mayoría viven en otros planos de la vida, algunos radican en otras ciudades o en Lima pero en zonas alejadas –visitarlos es agotador y estresante con el tráfico–, otros son abuelitos gallina, otros todavía laboran. Por ejemplo, tú conoces a mi amigo Gustavo, con quien nos estimamos mucho. Este rosquete –al cual, aunque se pique, le estoy enviando copia de este escrito–, a pesar de que tiene varias veces más dinero que yo, quiere seguir acumulando plata. Eso no es problema para mí, si eso lo hace feliz, está bien; el problema es que mantiene un estándar de vida muy alto y, por ejemplo, cuando se trata de salir a comer, yo siempre le digo:

–No importa adonde vas, lo importante es la compañía y, lógicamente, que la comida no sea mala.

Pero el insiste en ir a sitios caros.

–Cual es tu problema. Yo pago –me dice.

–Entonces, jódete y paga –le contesto. Pero en realidad eso me incomoda mucho.

Algo similar me pasaba contigo, pero al revés, yo era el que pagaba. La diferencia está en que nosotros íbamos a sitios económicos, incluso dentro de los mercadillos de San Borja. Por otro lado, no puedo olvidar que cuando éramos jóvenes, tú eras uno de los pocos que trabajaban y el “paganini” que casi siempre invitaba.

Hoy caminé por la ciclo vía “El Camino de la Actitud”, fui hasta el Club de la tercera edad del Seguro Social. Antes tú siempre me acompañabas, te acuerdas. Allí, mientras me tomaba un “Champú” –bien malo, porque casi no tenía guanábana–, conocí a un nuevo amigo, Don Manuel, quien sin más trámites se sentó a mi lado. Me dijo: “Espera hijo que voy a regular mi audífono”, me contó que tenía ochentaicinco años, que era viudo desde hace cinco años y que todavía sufría mucho la pérdida de su esposa. No se si él o su ropa olía mal –creo que las dos cosas–, pero yo me aguanté y lo escuché con paciencia. Tengo que aprender a escuchar como tú; eso es lo que los viejitos quieren, que alguien los escuche. Claro que yo me refiero a los viejitos de la cuarta edad, porque nosotros somos los de la tercera edad.

  Me encanta ese club, a nadie le importa si tienes mucha o poca plata –los hay de todas las condiciones–, tampoco interesa el sexo –ya no pueden– y generalmente, todos son muy fraternos, todos quieren compañía. Nos pusimos a jugar Buracco, juego de cartas en el que creía que yo, todo un jugador de Bridge, iba a ganar sobrado; pero no, fui muy criticado y abucheado por jugar mal, sólo que no me importó. Pero, uno de los viejitos, que se reía a carcajadas de mis yerros la pagó mal, porque se le cayó la dentadura postiza.

Mañana iré a la misa por un mes de tu fallecimiento. Nos vemos

Chao

 

A LOS TREINTA Y UN DÍAS DE LA NOTICIA DE SU PARTIDA – ÚLTIMA PARTE

 

Oscar, mi querido amigo, ayer estuve en la misa que se ofició por un mes de tu fallecimiento. Yo me senté en la segunda fila, detrás de donde se ubicaron tus familiares. Pronto se llenó la iglesia, pero quedaba un espacio vacío a mi derecha; hasta que, intempestivamente,  vino una gorda caminando entre los feligreses, tropezándolos con su tremendo trasero.

–Hola, soy la cuñada de Oscar ¿No te acuerdas de mí? –me preguntó.

            –Claro que sí –contesté, disimulando el no haberla reconocido y mi sorpresa.

            Ella me contó que sufrías de diabetes, que no te medicabas, lo cual generó terminaras con pancreatitis y que tuvieras, en menos de seis horas,  tres infartos, el último de los cuales te liquidó. También dijo que al esposo de tu hija, que es militar, lo transfirieron a la ciudad de Arequipa; adonde se mudó con tu hija y la menor de tus nietas, que era tu adoración. Tú vivías con ellos acá en Lima, pero no habría espacio para ti en Arequipa. Tu yerno, quien no te quería mucho, así te lo dijo. Te afectó tanto, que la mayor de tus nietas, que trabaja y vive en el Cusco, te invitó a esa ciudad por unos días, para que te relajaras un poco. Pero, en esa situación estabas, cuando te sobrevino la muerte.

            Amigo, hace pocos meses, recuerdo que me comentaste:

            –Me quedaré solo, como un hongo.

            –¿Y tus otros hijos? –te pregunté.

            –Ellos tampoco tienen espacio para mí. Pero no te preocupes, yo se cocinar y ya actualmente lavo mi ropa. Ese no es el problema. Lo que me duele es que mi nieta, está tan acostumbrada a mí, y yo a ella…

            Desde aquella época te vi comer muchos caramelos. Y tú sabías que eras diabético.

            –Es para que se me quite el hambre –me decías.

            Yo tengo una leve sospecha de que tu partida no fue tan imprevista. Creo que tú ya no querías seguir viviendo. Si fue así, respeto tu decisión. Yo también soy diabético, de ser el caso, pero actualmente no lo es, ya se cuál es el camino. Pero yo usaría algo más rico: helado de chocolate, pie de manzana y dulce tres leches. Je, je, je.

            Al final de la misa, les di el pésame a tus hijos y demás familiares. Dicen que los velorios y los entierros ayudan mucho a superar la muerte de los seres queridos. Para los que no estuvimos en el tuyo, en el Cusco, la misa del mes cumplió dicha función y, si bien tu fallecimiento desencadenó que vuelva a escribir y que mis recuerdos y sentimientos vuelen con libertad, desligados de toda traba; seguiré haciéndolo, pero en otros temas, ya es hora de enterrar nuestro diálogo.

Gracias por reactivar mi entusiasmo por la narrativa.

Adiós, mi “Patita” del alma.