Cuando Raúl, “Mano Santa”, médico asimilado al ejército, quedó cojo producto de un ataque terrorista, fue dado de baja en el ejército. Su familia recolectó dinero suficiente para enviarlo a Houston para su rehabilitación física. Después de seis meses y dos operaciones en la pierna derecha, retornó con una cojera casi imperceptible y reinició sus labores profesionales en una clínica particular.
A continuación, “Mano Santa entabló un juicio al Estado Peruano reclamando su restitución al Ejército. Para su defensa contrató a un buen abogado, al Doctor Lanao. Lo conoció cuando éste visitaba constantemente a Natalia, una de sus pacientes, quien se encontraba postrada en la Clínica y que también era su defendida. El abogado tenía una gran experiencia en el tema y abogaba por varios de estos casos, incluyendo otros que reclamaban indemnizaciones por daños y perjuicios ocasionados por algunos malos miembros del ejército contra inocentes durante la lucha con el terrorismo. Entre ellos, se encontraba la pobre Natalia.
Ella era una trigueña con ojos vivarachos y carácter alegre. Cuando egresó de la Escuela de Inteligencia, la destacaron al Servicio de Inteligencia del Ejército, donde inicialmente trabajó haciendo “reglajes” y penetraciones audiofónicas. Posteriormente, pasó a ocuparse de clasificar los informes que llegaban, algunos de los cuales tenían inscrita una orden imperativa: “Incinerar”. Desarrollando estas tareas, se había enterado de algunos excesos y casos de lesa humanidad, información que proporcionó a algunos periodistas. Cuando en un diario, se publicaron algunos planes y actos secretos de la Dirección de Inteligencia, la noticia causó un gran revuelo y la Alta Dirección encomendó detectar, con carácter de urgencia, el origen de las filtraciones…
Pepe, un periodista, actuando como investigador de un programa de televisión, llevaba varios meses frecuentando las diferentes dependencias de inteligencia, logrando gran acercamiento con algunos agentes. Entre ellos, captó a Mañuco, con quien, luego de unos tragos obtuvo algunos datos. Pepe pensó que Mañuco sabía otras cosas de mayor importancia, pero que por temor se había reprimido de contar. Invitó otra rueda de trago e intentó presionar más al “datero”.
—¿Es verdad que en la Inteligencia del Ejército hay un sótano donde se tortura a los interrogados —Pepe, se atrevió a preguntar directamente.
—No sé si hago bien en contarte, pero… creo que tú puedes ayudar a una pobre chica. ¡La han torturado!
—No jodas, yo creía que eso ya no pasaba.
—Dicen que ha estado vendiendo información, que ha soltado planes secretos a un periódico.
—¿Cuál es su estado?
—Parece que se les pasó la mano, no sólo la torturaron, también la ultrajaron y le produjeron tal hemorragia vaginal, que se les iba a morir. Como no querían que falleciera allí, la llevaron a otro lugar para no causar sospecha.
—¿Adónde?
—Al Hospital Militar, en alguna habitación, sin registro de ingreso alguno. Está permanentemente custodiada por un par de agentes, y sólo permiten ingresar a algunos de sus familiares. Habla con su abogado, dile que si él y su familia están de acuerdo, los puedes ayudar. —dijo Mañuco, casi sin respirar, luego hizo una pausa mientras llenaba unos datos en un papel y continuó diciendo —son los datos de su abogado y familiares, para que los puedas ubicar.
Pepe se reunió con la familia y el abogado. Todos coincidieron en la importancia de una declaración; aparentemente, no existía ninguna intención de salvarla en el hospital, sólo de dejarla morir.
Pepe y todo el equipo del programa de televisión prepararon una entrevista filmada. Al día siguiente, el plan se llevó a cabo, una reportera con aspecto juvenil se vistió con uniforme escolar e ingresó al hospital junto con la madre de Natalia, haciéndose pasar como su sobrina, la madre ingresó la cámara de video escondida dentro de una canasta con ropa y fruta. Natalia, a pesar de haber sufrido una severa hemorragia vaginal y, producto de la misma, mientras le practicaban un “curetaje”, tres paros cardíacos; tubo energía para declarar durante varios minutos, lo que fue grabado con la cámara, registrando detalladamente las torturas recibidas y quienes fueron los culpables.
Una vez lanzada al aire la filmación clandestina, el reportaje provocó estupor en los televidentes. Ante la presión de la opinión pública, la institución le dio de baja a Natalia con una pequeña liquidación y permitió el traslado de la paciente a una clínica.
Para evitar que el caso cayera en manos del fuero común. No bien se supo que había sido torturada, la Justicia Militar denunció a cuatro oficiales; finalmente, ratificó condena sólo para dos de ellos, y en un cuartel, donde la pasarían cómodamente.
Los médicos de la nueva clínica, estaban preparando un informe médico, en contraposición al de sus colegas del Hospital Militar que decía que la hemorragia fue producto de un aborto, que las quemaduras de la paciente provenían de los electroshocks que le habían practicado para revivirla luego de los paros cardiacos, que su inmovilidad se debía a daños cerebrales por la falta de irrigación cuando sufrió dichos paros respiratorios, que en un plazo no mayor a tres meses estaría totalmente recuperada, que padecía de neurosis histérica conversiva y una personalidad con rasgos psicopáticos, con tendencia a hacerse la víctima, para dar lástima.
El abogado, el Doctor Lanao, necesitaba el informe médico como un instrumento o documento legal que probara que lo que tenía su defendida fue generado por maltrato; mas no, como alegaban los acusados. Circunstancialmente, siendo el único especialista en Neurocirugía de la clínica, “Mano Santa”, presidía el equipo que elaboraría el informe del “Peritaje Médico”.
Ya había pasado un mes y todavía no se entregaba el informe médico. Lanao se presentó donde “Mano Santa” e inició una conversación.
—A veces, es tan extremo el espíritu corporativo o institucional, que en algunas dependencias del Ejército, le dan un sentido equivocado al significado del compañerismo; y, apelando a evitar la mala imagen de la institución, exigen a algunos miembros a actuar contra los verdaderos principios éticos y morales —comentó Lanao. —Ese es nuestro caso. Nosotros podríamos sufrir ajustes de cuentas si el informe del peritaje médico sale favorable a Natalia. Existe una campaña de amedrentamiento contra la Clínica, nos han mandado con todo rigor a la Superintendencia Tributaria, nos van a revisar los libros contables de los últimos cinco años, y hemos advertido que constantemente somos seguidos por agentes de inteligencia —aclaró “Mano Santa”.
—Imagínate, como estaré yo, que uno de los planes reportados por Natalia se refiere a mi aniquilamiento conjuntamente con el de un importante director de un programa de televisión. No te preocupes, hablaré con Pepe, mi amigo del canal de televisión, para que esta noche se difunda el rumor de las amenazas.
—¿Rumor?
—No tenemos pruebas, sólo podrán comentarlo como un rumor. Supongo que después de difundido no se atreverán a otro escándalo.
—Gracias. Esto me da confianza; sin embargo, mi decisión ya estaba tomada. El informe incluso ya está firmado, sólo falta presentarlo.
Ese mismo día, “Mano Santa” visitó a un amigo llamado Enrique, quien estaba enfermo, y lo examinó: midió su presión y sus pulsaciones; y le dio algunas recomendaciones:
—Debes controlarte permanentemente la presión arterial y evitar todo aquello que te ponga la cara roja; por ejemplo: tomar licor, exponerte al sol, estar estreñido, cargar peso, agacharte, tener fiebre.
—¿Y si me sube la presión? —preguntó Enrique
—Te estoy dejando pastillas para la presión y otras para evitar el estreñimiento.
—Cambiando de tema, ¿cómo te va con el informe médico?
—Es nuestra obligación hacer conocer la verdad, pero en realidad, cuando acepté el encargo, no sabía en lo que me metía. —respondió Raúl — Te confieso que al acometer tan arriesgada empresa no conocía la cara del miedo; ahora, sé lo que es temblar de pies a cabeza al sentar la pluma sobre el papel.
—¿Te han amenazado? —consultó Enrique.
—En este momento, la irritabilidad de algunos miembros del alto mando de las Fuerzas Armadas exige que tenga que tomar muchas precauciones. Sí, estoy amenazado, incluso mi familia —respondió Raúl.
—¿Qué precauciones tomarás?
—Como sé que se trata de gente muy peligrosa, que ya ha cometido varios crímenes, he enviado a toda mi familia a la Argentina, donde vive mi suegra y estarán relativamente seguros.
—Además de tanta presión, todavía tienes que pasarla solo. —manifestó apenado, Enrique
—Como dijo Don José Ortega y Gasset, “la soledad tiene algo de herrero trascendente que hace a nuestra persona compacta y la repuja”.
—Pero, acá tú corres peligro —expuso con preocupación, Enrique.
—Mi coraza es la prensa. Sin embargo, por seguridad, cada día duermo en un lugar diferente. —dijo “Mano Santa”.
—Pero todavía puedes abstenerte.
—La perfección requiere de un enorme rigor para seguir sus normas.
—Sin embargo, no nos la exige nadie; la intentamos nosotros por libre acto de albedrío y, sin duda, porque nos complace. Pero la norma de perfección vale simplemente como meta. Lo importante es correr hacia ella, y él que no la alcanza no queda por ello deshonrado.
—Yo no ambiciono el efecto social de la perfección. No quiero ser para los demás, en los ojos ajenos, la norma y el modelo. Lo que quiero es estar tranquilo conmigo mismo. —aclaró “Mano Santa”.
—Bueno, tú dime, ¿en qué puedo ayudarte?
—Me basta tu apoyo, consejo y amistad.
—No hay nación donde no se produzcan algunos abusos, por las fechorías y manejos de los subalternos. —comentó Enrique, hizo una pausa y luego continuó —tú crees que en nuestro país, los abusos de los últimos tiempos fueron sólo responsabilidad de subalternos de rango menor o de mando medio?
—Tanta muerte y tanto sufrimiento no se puede acumular simplemente por el funcionamiento ciego de una organización. Se necesita como complemento la complicidad de quienes tienen autoridad para evitarlo.
—Claro, al menos la anuencia. —acentuó Enrique.
—Tampoco se trata de poca cosa, fueron ejecuciones extrajudiciales, desapariciones, torturas, masacres, violencia sexual contra mujeres y otros muchos delitos de violación de los derechos humanos. Se habla de miles de víctimas y, en un alto porcentaje, de acciones realizadas por las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional.
—Yo también creo que no se trata sólo de actos aislados cometidos por la tropa, y que el alto mando del Servicio de Inteligencia está implicado. —dijo Enrique”.
—En la medida en que un Servicio de Inteligencia tenga la capacidad para recibir y procesar información, sobre bases establecidas, hay resultados. Desafortunadamente, la Inteligencia ligada a regímenes totalitarios se vuelve enemiga de la población. —expuso “Mano Santa”.
—El Servicio de Inteligencia debe ser transparente y estar conectado con la sociedad y no aislado. —complementó Enrique.
—Si están implicados algunos “peces gordos”; poderosos e influyentes, realmente corres grave peligro. — comentó Enrique.
—Ya ha trascurrido un mes desde que, acosado e inducido a no hablar, asumí la responsabilidad de aclarar la verdad. Con este informe, acabo de entrar en cuentas conmigo mismo. Contra todo mi gusto, he echado un mes en verter media docena de páginas, que acaso en horas había concebido, y todo por mi temor de no lograr éxito, y consciente de mis flacas fuerzas.
—¿Pero habrá algunos jefes honestos que te puedan apoyar? —preguntó Enrique.
—Mi verdad está en contradicción con la mayoría del personal de las Fuerzas Armadas, donde quiera que vuelvo los pasos, encuentro una pared insuperable, pared que sería una locura pretender derribar. Sin embargo, no faltan algunos amigos de la verdad, por quienes vale la pena correr el riesgo, y en esta gestión quizás me ha de sorprender la muerte y, con seguridad, a mí, soplón o hablador, las consecuencias no me serán convenientes. —comentó Raúl.
El día anterior, había sido visitado por un par de agentes, quienes lo tentaron a cambiar de opinión, con la oferta de otorgarle su restitución al ejército, inclusive con el pago de todos los devengados transcurridos desde su cese; sin embargo, Raúl era un hombre probo e indoblegable y el informe fue contundente y favorable a Natalia:
<<La víctima presenta manifestaciones nerviosas de debilidad, postración, nerviosismo, temblor, convulsiones y neuritis múltiples con dolores, hormigueos y parálisis musculares por edema de las vainas que envuelven los nervios. Su estado es de invalidez irreversible.
Después de establecer el diagnóstico diferencial, se determina lo siguiente: La paciente fue víctima de un acto de Sideración o “choque eléctrico” —lesión y trastornos producidos por el paso de electricidad por el cuerpo— con severos daños por la intensa contractura muscular que ella provoca.
En la paciente se observan quemaduras en los puntos de entrada y salida del efluvio eléctrico; presentando marcas, figuras o arborizaciones cutáneas de forma caprichosa y color rojo claro, debidas a quemaduras en los puntos de la piel que contactaron más intensamente con la ropa interior húmeda por la transpiración cutánea, donde la conductividad fue mayor.
La sideración le fue aplicada en los pezones, los dedos y las plantas de los pies. El choque eléctrico con pérdida del conocimiento le ocasionó delirio, confusión mental y amnesia. Sus ojos fueron afectados por el paso de la corriente eléctrica o por acción directa del “fogonazo”, con manifestaciones inflamatorias de la conjuntiva e iris, consecuentemente, opacidad del cristalino —cataratas—. También se le detecta trastornos auditivos y del sentido del equilibrio.
Además, tal como puede apreciarse en la resonancia magnética, a consecuencia de los golpes en la espalda y otras agresiones sufridas, la víctima presenta una lesión irreversible, bajo el diagnóstico de infarto en la médula espinal, que la mantendrá de por vida postrada en una silla de ruedas.
En conclusión, la víctima fue sometida a tortura con aplicaciones muy severas y prolongadas de golpes y de fulguración o “choque eléctrico”.>>
El Doctor Lanao, con el informe médico a su favor, logró ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que sea admitida su demanda; y ésta, determinó que el Estado Peruano le pagara a Natalia, cien mil dólares de indemnización.
Finalmente, después de un tiempo prudencial, Raúl pudo traer a su familia nuevamente a Lima. Cinco años después, durante un nuevo gobierno, le llegaría una resolución con su restitución al ejército.